A diferencia de la perseverancia, la resistencia implica no haber elegido las condiciones adversas que se resisten. Quizá por eso aunque ambos pasan a la historia a menudo, los detractores siempre se centran en los perseverantes, pero en quienes hicieron resistencia no, esos son indestructibles.
En resistencia vienen a la mente el Batallón de San Patricio, las Termópilas, los partisanos, la Orquesta Roja, el cine de Angelopoulos, los teporingos, la salsa de molcajete (sin licuadora), y Golfa.
No conozco a todo su equipo pero conozco y llevo en el cocoro a dos, y siempre me los imagino como un cúmulo de soldados desaliñados y llenos de tierra, una guerrilla distópica usando un edificio casi en ruinas como trinchera, disparando a diestra y siniestra para proteger el fuerte donde yo vivo: la Villa de los Emergentes, un lugar más parecido a un campo de refugiados pero donde por alguna razón hay mucho mezcal.
Sepan que los admiro profundamente.
El enemigo podría ser el muy trabado sistema cultural oficial, podría ser el sistema económico que se opone a la creación del pensamiento crítico, o podría ser gente como yo que escribe poco y baila demasiado, siempre prometiendo sentarse a arrastrar el lápiz.
¿Quién es el enemigo? No lo sé. No me interesa. Solo sé que cuando sea grande le voy disparar como ellos, incluso si soy yo. Porque oiga usted, así uno se muere con gusto.
No les voy a decir que Golfa es un oasis porque no lo es, ya lo dije, es una guerrilla suficientemente articulada para defenderse en un estrado asambleísta lo mismo que en las vencidas del bar más podrido, y quien lo dude que la lea.
Hace unos meses me tatué abajo del brazo izquierdo una resistencia eléctrica para calentar agua con la leyenda “Bella ciao, viva la resistencia”, un tatuaje que es un homenaje a mi madre y todo su apoyo en tiempos difíciles, porque también tuve veinte años y no tuve un peso, también me fue difícil conseguir empleo, también volví a la casa a pedir un préstamo que nunca devolví, en fin, que también calenté agua con una resistencia. Pertenezco muy seguramente a la misma generación que quien esté páginas atrás o adelante de mí.
Y sin embargo me gusta pensar que esa generación está llamada a componer el mundo. No hay día en que no pase algo que me convenza más. Entre esas cosas que pasan están las cosas que Golfa publica, siempre hay alguien que dice ¡Hey, escribí esto! y puede ser maravilloso o no, pero promete, y no hablo de promesa en términos en los que se habla en un encuentro de escritores, en un taller literario, en una feria del libro no, por dios que asco. No.
Promete porque mi generación habla. No se encierra en su cuarto a esperar que mueran los noventa, no se arremolina en los cafés para conocer a fulano que podría ser padrino, no sueña con mantener una relación epistolar con algún encumbrado que le asegure una recomendación.
Mi generación habla no para decir lo que los anteriores quieren oír, no para venderle a los que siguen. Habla y punto.
¿Hay sus excepciones? Claro que las hay, pero no las he leído en Golfa. Y eso, mi gente, es hermoso.
¿Vine aquí para halagarlos? Sí, impídanmelo. ¿Quién se va a rifar? Háblese de una vez y que diga donde nos vemos para rompernos el alma a besos y luego venir, otra vez, a escribirlo aquí.