Que la flojera es la excusa y que el miedo la causa, concluyen Jeremías, Daniel y Ana sobre el fracaso del hombre que los creó y los abandonó en la espera eterna del olvido en su cabeza. Que el miedo mata la pasión, que el miedo mata el amor.
El dolor debajo del sombrero es una obra de Martín Zapata, la cual, aunque establece un cómico juego reflexivo sobre el entendimiento de uno mismo, también resulta una pieza pretenciosa donde, con tres alter ego, el creador se pone a sí mismo en escena e incluso actúa su propio personaje durante la escena final.
Para resumir la anécdota, dos hombres vestidos de traje conversan y pasan el tiempo con juegos absurdos; no saben dónde, por qué ni desde cuándo están ahí, mas se resignan a esa soledad acompañada por dos sillas, dos maletas, dos percheros, muñecos rotos y un teléfono. Minutos después aparece una mujer en ropa interior, enfurecida y despechada, quien tampoco se explica la situación, pero tiene claro que ella nació de la cabeza de Antonio y, por ende, también los otros dos. Luego de la primera llamada telefónica recibida en ese espacio suspendido, descubren que cada uno, dramaturgo, cuentista y guionista, son el producto de los proyectos frustrados del hombre llevado al coma por el estrés ante su falta de autocomprensión. Entonces, los personajes se disponen, aún más resignados, a establecer pautas de convivencia y amistad, en cuyo proceso surge una disputa amorosa entre los amigos (tímido y tierno vs. decidido y apasionado), motivado por los coqueteos y deseos de amor libre expuestos por la mujer. Una ronda de promiscuos besos en trío es interrumpida por el timbre telefónico: Antonio se ha recuperado y todos se alegran, aunque la incertidumbre continúa. Finalmente, Antonio llega a la escena, como absoluto anfitrión; saluda efusivo a sus triplicados yo, les dice que ha escrito una obra donde incluye a todos y lee la primera línea que, en retorno metadiscursivo, comienza una vez más la función.
Las actuaciones no son malas, pero a veces se sienten forzadas; la imagen conformada por el vestuario y la utilería es armónica, pero por momentos se siente innecesaria y en lugar común; varias frases en el juego de los “dichos adivinatorios” son interesantes, sin embargo, el prometedor absurdo en muchas escenas, como la tensión establecida en el principio, concluye en un discurso debilitado por la cursilez. Es de rescatar el intento de estructura en espiral y el toque lírico en el recuerdo polifónico de los tres personajes escribiendo frente a un lago en su niñez; no obstante, es inevitable la sensación de incompletud cuando el desenlace se prolonga tanto y termina sin ser del todo satisfactorio.
Queda el beneficio de la duda, por los múltiples premios recibos, en la indeterminación del encuentro final: ¿el hombre compuso su obra venciendo así su miedo al fracaso, o su coma terminó porque en realidad había fallecido y en la muerte todo lo incomprensible adquiere sentido? Entre ambas opciones, a pesar de ese último cuadro de fotografía melodramática, es preferible, quizá por más poética y menos egocéntrica, la vía sepulcral.
El dolor debajo del sombrero
Dir. Martín Zapata
21 de octubre de 2019
Teatro Cervantes
Fotografía: cortesía FIC