Retrato de un Dictador por Paola Bayod Barrera

1970. Espero el tren que me llevará a Puerto Príncipe, en mi natal Haití.

―Disculpe usted, ¿puedo sentarme? ¿Está libre el lugar?

―Claro, adelante.

El hombre porta traje y boina. Lleva en su mano un periódico. Volteo apenas lo abre y leo en la plana principal: “Tirano a la fuga: a 10 años de Jacques-Guillaume”.

Me sorprende. Guillaume fue un íntimo amigo. Nunca la tuvo fácil, ni siquiera  en la política. Su ascenso a la presidencia del país puede escucharse como un logro asombroso, así lo creía el pueblo.

Suena la alarma. Faltan dos horas para mi tren.

―Vaya, dos horas para Puerto Príncipe. No puedo creer la tardanza de los trenes hoy en día. ―interrumpe la persona de mi lado.

―No tienes que responderme si no quieres. Hablo sólo para mí ―añade.

Sin intenciones de relacionarme con un desconocido, me limito a responder:

―¿Podría prestarme su periódico un momento?

―Claro. Aquí tiene.

Tomo el periódico y leo: “La tiranía de Jacques-Guillaume duró de 1954 hasta su muerte en 1960. 6 años de desgracia para el pueblo haitiano.”

Quizás Guillaume no fue la persona moralmente más correcta, pero tampoco fue una desgracia. Los periódicos suelen ser amarillistas; quiero decir, yo era su amigo y sé más de él que cualquier otro.

 

***

 

Guillaume era brillante y culto. Estudió medicina gracias a una beca de la Universidad de Michigan. Nos conocimos cuando asistió a mi localidad por parte de una de las campañas contra el pian, enfermedad devastadora de la piel.

―Buenas tardes, ¿cuál es tu nombre?

―François ―le dije en esa primera ocasión.

Enseguida me explicó el propósito de la campaña. Llevar la medicina moderna a Haití. Interesado porque también estudié medicina en Cuba, platicamos por un buen rato acerca de nuestros deseos. En un momento de nuestra conversación me comentó:

―François, yo quiero cambiar esto. ¿Sabes qué es lo que más me gusta además de ayudar a las personas? La política.

El pueblo haitiano siempre estuvo muy agradecido con Guillaume. Lo apodaron Sentespri dokté, que significa Santo Doctor. Algunos días después de nuestro primer encuentro, me pidió que lo acompañara a recorrer todo el país para llevar la penicilina hasta la más remota de las localidades del país.

―¿Estás de acuerdo con lo que se dice, que es fascinante que puedas curar a las personas fácilmente? La gente está convencida de que posees poderes místicos gracias al vudú ―le comenté en cierta ocasión.

―No seas tonto, François, la gente sólo me aprecia por eso.

Ascender en el mundo de la política no le sería difícil, pues sabía mezclarse entre la gente. En 1954 decidió postularse para tomar la presidencia de Haití. Creyó que esas supersticiones y la reputación que se había ganado representaban una gran oportunidad para alcanzar el poder.

 

***

 

―El tren a Puerto Príncipe se ha atrasado otros treinta minutos. No lo puedo creer, ¿cuándo Haití cayó tan bajo? ―recrimina el hombre de mi lado en voz alta.

Quiero cambiarme de lugar, pero aún tengo su periódico y todos los asientos se hallan ocupados. Exagera, además, con eso de que hoy en día Haití está “abajo”. Se han logrado cambios notables desde la dictadura de Guillaume. La gente no sabe lo que dice.

Aún oigo a Guillaume citar en nuestras conversaciones textos de Karl Marx y de Maquiavelo. “Más vale ser temido que ser amado”, decía continuamente.

Esas lecciones lo transformaron. Él ya buscaba el poder con todos los medios necesarios. Visitó, por ejemplo, al director de redacción del periódico Le Nouvelliste. El director, también amigo mío, apenas me informó de su encuentro con el Sentespri dokté en una tarde de café.

―Dijo que buscaba ser candidato a la presidencia.

Insistí en preguntarle lo que le había dicho Guillaume, pero sólo logré que el director del diario se retirara con prisa. Jacques-Guillaume era un hombre discreto. Para el pueblo, sus objetivos iniciales eran absolutamente honestos y lo consideraban un idealista.

 

―Dime qué te parece esto, François: “Jacques-Guillaume, defensor de la empobrecida mayoría negra, contra Jean-Claude”.

―Me parece que es una aposición exagerada. No sé de qué manera pueda tomarlo Jean-Claude ―le respondí, dudoso.

―¿Qué? François, ¿estás de mi lado? ―me preguntó, desconcertado― ¿Es la mejor respuesta que me pudiste dar?

―Claro que lo estoy. Pero más que una presentación, “defensor de la patria”, es una declaración de guerra.

―No sabes lo que dices, pero si no te parece, retírate.

Jean-Claude era su oponente en aquel tiempo. Éste era considerado el representante de la élite del país. Yo temía que las elecciones se convirtieran en una confrontación entre negros y mulatos, en un país donde el noventa por ciento de la población es negra. Además, Sentespri dokté ya era un ganador seguro.

El 22 de septiembre de 1954 Guillaume consiguió una victoria aplastante y ése fue el comienzo de una larga dictadura. Yo no tenía la menor idea de que era un hombre con dos caras. La verdad es que nos engañó a todos.

―¡Guillaume, lograste todo lo que te propusiste hace meses! ―le comenté el día de su victoria.

―Eso nunca me preocupó, François. Sin embargo, ahora que tengo el poder, mi posición no es segura.

―¿Qué quieres decir con eso?

― Los presidentes de por aquí duran poco tiempo. Los dos anteriores a mí, recuerda, fueron descuartizados por el pueblo.            De igual manera, uno ya no puede confiar en el ejército, pero debes hacer creer que son tus aliados.

En los días siguientes el periódico publicó que se habían expulsado a los altos mandos del ejército porque ya “no había presupuesto suficiente”.  Mencionaban que, a la par, había comenzado una ola de homicidios para quienes estuvieran relacionados con Guillaume.

Temí por mi seguridad, el pueblo sabía que yo tenía una relación con él y, debido a su transición repentina, pensaban que yo era quien lo aconsejaba.

 

***

 

El hombre de mi lado me interrumpe una vez más:

―¿Escuchó la alarma? Ya sólo esperaremos cuarenta minutos.

Sin decirle nada, sigo leyendo el artículo. Sabe que no quiero relacionarme con él, así que deja de insistir.

―Puede quedarse el periódico, me voy.

―Gracias.

No le doy mayor importancia y sigo leyendo. Guillaume se sentía extremadamente vulnerable después de los intentos del golpe de Estado, pensaba necesitar una guardia pretoriana que estuviera únicamente bajo su control. Yo lo veía como una barbaridad y, a pesar de que él no me quería por el Palacio Nacional, fui a verlo.

―Escúchame, Guillaume. No sabes lo que estás haciendo. Piensa en el pueblo.

―¿Quién te dejó entrar?

―Es necesario que escuches lo que te digo.

―¿No ves, François? Tu amistad me importa poco.

Asombrado por sus palabras, le dije que estaba bien y que respetaba su opinión. Sin responderle, me retiré molesto del lugar.

Como la mayoría del pueblo haitiano creía en el vudú, Guillaume aprovechó la fe y le puso a un nuevo cuerpo paramilitar el nombre de un ogro del folclore haitiano: Los Tonton Makout.

Las noticias nacionales mencionaban que la primera generación de los Tonton estaba conformada por gente de la penitenciaría nacional. Se convirtieron en un grupo clave para el régimen del Sentespri dokté y, con el tiempo, superaron en efectivos al mismo ejército regular.

Yo sabía que mantener una milicia era caro, así que no me sorprendería saber que Guillaume le pediría ayuda a los Estados Unidos para dinero y armas. Esto fue algo nunca visto, Guillaume odiaba a la primera potencia de la época. Era bien sabido que Estados Unidos no veía con buenos ojos el régimen de Guillaume.

Sin embargo, su régimen tuvo un golpe de suerte. Las noticias principales tenían títulos acerca del auge de la revolución cubana con Fidel Castro. Así que los medios y el departamento de Estado se olvidaron de él, porque tenían temas “más importantes” de los cuales preocuparse en el Caribe.

En el artículo hay un extracto de una entrevista de Guillaume con el gobierno de Dwight Eisenhower, entonces presidente de los Estados Unidos. Me llama la atención un comentario de Guillaume:

―Soy un anticomunista convencido pero quizá pueda dejar de serlo. Bueno, si no me dan, por ejemplo, 50 millones de dólares, iré a pedírselos al Este o quizás a nuestros amigos de Cuba.

Esto no les convenía a los estadounidenses, así que estaban preocupados por la amenaza de Guillaume. Sin más, aceptaron darle la ayuda financiera. Guillaume ya tenía una posición segura y rígida en el poder.

Pero tenía un talón de Aquiles: era diabético. En 1960, los voceros de Haití anunciaron que habría un discurso acerca del reciente financiamiento. En cuanto terminó, Guillaume se desplomó. La situación se prolongó durante 8 meses, poniendo a Haití en una situación crítica. Todos en el pueblo estábamos aterrados.  Meses después anunciaron que debía ser desconectado, dejando por fin el poder autoritario de su mandato. “La muerte del dictador Jacques-Guillaume fue una sorpresa para todos. La gente sospechaba que, en efecto, había entregado su alma a algún demonio, siendo la razón de su muerte. Sin duda, la historia política más interesante de Haití.” Así termina la nota del periódico.

Después de dos horas y media, suena la alarma. Una hora más tarde me encuentro en casa. Siento la serenidad de mi hogar. No tengo esposa ni hijos, pero sí la presencia de Guillaume a través de su retrato en la sala. Ese retrato que, finalmente, siempre quise ser yo.

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