El secreto de la fama por Carlos Yabib

Nacer, crecer. Abrir los ojos cada mañana. Atravesar las etapas biológicamente necesarias hasta que exista una historia cuya permanencia nos confirme, nos conforme, nos defina con base en la información contenida en nuestras moléculas hasta integrarse en un lenguaje biológico determinado. O bien, dejar que circunstancias, nombres, apellidos y la suerte de tener un signo zodiacal y no otro, originen la serie perfecta de casualidades que nos deje hablar sobre nosotros mismos como si en verdad conociéramos a la perfección nuestro reflejo.

Entrar a las fauces del abismo infranqueable llamado Vida aun sumidos en una ignorancia extraordinaria, como no saber expedir una factura electrónica o tenerle miedo a la oscuridad. A estar solo. Retener de cada día una idea sin darnos cuenta que el tiempo las reclamará sin previo aviso, arrebatándolas y vaciando los nombres de otros hasta dejar sólo sus lágrimas o las nuestras. Retener de cada día una idea sin darnos cuenta que el tiempo las reclamará sin previo aviso, arrebatándolas y vaciando los nombres de otros hasta dejar sólo sus lágrimas o las nuestras. Vivir lo mínimo: un primer beso, un segundo. Perder la cuenta sin notarlo e, impulsados por el miedo, por el vacío o lo más parecido a la felicidad, aferrarse a la mano de quien nos haga sudar de nervios si acaso creemos esas cosas. De otra manera, proyectar una sombra única en la banqueta, pagar sólo un boleto en el cine y, a decir verdad, no sentirse mal acompañado.

Sentirlo todo cada cierto tiempo, pero no nombrarlo, no encontrar manera. Equivocarse y, sin embargo, no ceder.

Repito: no ceder.

Dividir a los miles de millones de personas en el mundo entre aquellas conformes, que cargan a cuestas su vida con una mirada tranquila, una sonrisa, una familia, los recuerdos del mar durante la infancia o de cuando es visto por quienes se aprecia.

O, en caso de emergencia, de crisis, detener el bucle. Definirse con otros criterios.

Llenar los silencios, los espacios en blanco. Marchar hacia el abismo y dar un paso más allá del borde: escribir con palabras o sin ellas, reinterpretar los instantes según lo conocido hasta que su ímpetu nos mastique, nos destruya y nos regrese a nuestro asiento. Ya nunca ignorar las historias conforme se suceden. Participar en ellas.

Definir la propia Creación, el Apocalipsis, el Paraíso. Decretar nuestro Evangelio.

Escribir la palabra precisa para ganar. Para no ser olvidados.

No ceder.

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