Nunca he pensado que mirar series sea una forma de hacer algo. Técnicamente, quienes las vemos tenemos un acceso a otro tipo de consumo. Nada más. Ver tal o cual cosa no nos hace pertenecer a otra categoría en el entendido de lo que el poder necesita. Lo pongo en paralelo, esas camisetas de las grandes marcas que ponen el mote de feminista no me las creo. Sin embargo, ese contenido light o clasemediero también conlleva un montón de representaciones que es valioso poner en platica porque algo absolutamente cotidiano puede ser deconstruido: sentarse a ver algo en la televisión.
Yo ni tengo televisión, pero vi Desenfrenadas, una serie, una road serie que es la historia de cuatro mujeres mexicanas. Algo que me gustó de la serie es el chiste autocritico. Hay un punto en que dice una de las protagonistas algo como “esto sólo era un trip pero ya parece un episodio de Breaking Bad”. Ése tipo de humor justamente cala porque efectivamente llevo una pesa de medio kilo en la bolsa y guardo el martillo debajo de la cama. Lo digo muy fácil pero luego pienso que ni es tanto. Así que por momentos esta serie va mostrando cosas que me dan risa y cosas que no.
Por ejemplo, me gusta mucho cómo Desenfrenadas expone el fakefeminismo: al aliade o hombre feminista, al típico encuentro de mujeres lleno de tensiones y el onanismo puro (el ir a las expos y exponer los viajes y los rituales posmodernos de tribus, el de la imagen en las redes, blablá). No lo hace desde lo fácil, entre las protagonistas eso fake viene desde los desencuentros que el tema de las clases sociales expone. El ir del Belinda al mami como ápodos y maneras de irse nombrando y hasta defendiendo es algo que no tiene desperdicio.
Pero creo que eso también tiene un valor agregado a las discusiones entre mujeres que he percibido en las redes actualmente porque nos permite enfrentar que es posible que existan otras formas para señalarnos nuestras ideologías que no sean la invalidación y la descalificación a los actos de las otras y eso lo considero muy importante por el drama instantáneo, de ratos innecesario, que se arma en la serie. Eso me cansó un poco pero me hizo vital para revisar esas situaciones en que el diálogo no favorece la sororidad.
Y por eso cuando aparece Mare Advertencia Lirika, cantante de rap y activista feminista oaxaqueña de origen zapoteca y anima a una de las protagonistas a hacerse de su voz sonreí mucho. Creo que, en ese sentido, encontrar esas referencias también quita la blanquitud desde la que solemos aparcar a las protagonistas de las series. En este caso viene de la contra: de mostrar a las mujeres en las comunidades y en lenguas originarias ejercer su estar en el mundo. Cosa que es una celebración porque no parece estar hecho desde lo turístico sino desde explicar que es algo que aún tiene más fondo que aún podemos ver más de cerca y que nos urge.
Pero lo que más me intereso en términos de discusión es cómo abre la conversación sobre el amor romántico. En todos los casos, las protagonistas, van experimentando como los vínculos no siempre son un espacio de libertad sino que por el contrario se vuelven un arma de dominación. Tal es el caso de Marcela, quién se ve obligada a cuidar a su hermano pequeño y sostener una relación con un tipo que empieza a venderla, o con Rocío que se da cuenta que está a punto de casarse y estudiar una beca que no necesita para no fallarle a la familia, o incluso Vera que ha venido de una familia acomodada llena de abusos y hasta Carlota que se percibe feminista y cuyo personaje resulta interesante porque parece la menos expuesta a ser víctima pero no ocurre. Por el contrario, resignifica el asunto de que nada tiene que ver con nuestras capacidades el caer en una situación de abuso (no sólo de pareja, sino, de familia, de amistades).
El final, me parece interesante por cómo resuelve, de momento, el destino de los personajes: ajustando la “salvación” de la vida de cada unx en sus propios términos y responsabilidades. Planteemos salvación como resolución de ciertos intermitentes conflictos. Es una serie que se puede disfrutar o analizar ñoñamente porque nos deja ver a las mujeres como un sujeto moral sin tener que demostrar que lo es. Esa moralidad siempre sospechada de la que habla Rita Segato [1].
