No todo está perdido, pero una sensación de luto es inevitable junto con la nostalgia. Cual si fuera un vaticinio, en la rueda de prensa de clausura del año pasado (27 de octubre, para ser exactos), las autoridades involucradas en la organización del Festival Internacional Cervantino (FIC) hablaban sobre la implementación de las herramientas digitales como un recurso fundamental para el futuro del magno evento. En ese entonces, las objeciones por parte de los periodistas y los críticos eran sobre la venta de los boletos en plataformas virtuales (algunas incongruencias sobre la capacidad de los recintos) y se reprochaba con indignación la ausencia de los clásicos programas de mano –hecho justificado como contribución para un medio ambiente sustentable reduciendo impresiones desechables–, los cuales fueron reemplazados por reseñas nimias disponibles en una aplicación para dispositivos móviles con bastantes fallas. Nadie pensó que eso sería apenas el comienzo de la drástica modificación que el FIC afrontará durante el próximo otoño.
Si bien, la pandemia actual (COVID-19) llegó de improviso y, a pesar de los desalentadores pronósticos, había esperanza en que no se prolongaría tanto. La contingencia y los requerimientos que ésta implica son infranqueables, pero el duelo por el Festival no sólo radica en la añoranza de la fiesta anual, tradición ya inherente para los guanajuatenses y para el gremio artístico nacional e internacional; la preocupación surge porque la nueva modalidad “contingente” reaviva polémicas de antaño y ajustes que podrían oficializarse de un momento a otro.
A partir de marzo, la vida cotidiana ha tenido un cambio vertiginoso, aunado a la transformación que el país entero, para bien o para mal, experimenta desde hace dos años, y ni hablar de los males sociales que aquejan al territorio mexicano, sobre todo al Bajío, como la violencia desmedida y la inseguridad. Sin embargo, la metamorfosis del FIC comenzó desde muchas administraciones pasadas, porque, más de una vez, ha sido un pretexto para la confrontación y la reafirmación política y comercial.
“El Cervantino se vuelve digital”, anunciaron hace pocos días los medios de difusión oficiales y, con esa noticia, los temores –aunque sean rumores viejos sin fundamento claro– resurgen y se acentúan; por ejemplo, la posibilidad de un cambio de residencia (o de plataforma) por practicidad logística y reducción de costos en cuanto a la ubicación de la institución a cargo de la organización (crítica vigente desde hace décadas cuando la iniciativa del teatro universitario pasó a ser competencia del gobierno estatal y luego federal, aunque se ha seguido manejado como un acuerdo de trabajo colaborativo e inversión entre diversas dependencias). Si eso llegase a ocurrir, implicaría una catastrófica pérdida para Guanajuato capital y para todo el estado –así será este octubre–, pues el Festival es un elemento de identidad clave para la región y una importantísima fuente de ingresos económicos, sin mencionar el renombre y el prestigio turístico vigente para el resto del año.
Otro elemento cuestionable son los presupuestos destinados por los distintos niveles públicos para el arte y la cultura. El FIC es solamente uno de los múltiples programas y eventos correspondientes a dicho sector, pero su relevancia es tal que ha fungido muchas veces como reflejo y hasta línea rectora de la ideología y posicionamiento con respecto al acontecer macro –una larga lista de quejas puede ahí insertarse, como la poca atención o impulso a los artistas locales, la oferta cada vez más selecta o reducida en la programación, a veces una especie de ambicioso esnobismo capitalista y la limitación de los recintos abiertos al público transeúnte–. Si el resistente y consagrado FIC de casi medio siglo cayera, ¿qué se podría esperar con lo demás?
Quizá las ideas anteriores plantean un panorama apocalíptico e hiperbólico, mas son posibilidades latentes, especialmente cuando el cambio es tan radical e inesperado, o tal vez son sólo consecuencia de un lapso de negación para todos los fieles amantes del FIC año con año, o bien, un desahogo de tristeza e ira por los proyectos del 2020 frustrados. Sin embargo, no todo está perdido, podría ser peor, podría haber nada.
En el 2019, la directora del FIC (Mariana Aymerich) proponía apostar a un nuevo público joven como medida de resurgimiento para un festival que poco a poco se fue descuidando y desgastando –el plan también incluía rescatar la esencia original en la ciudad que lo vio nacer–. Las medidas de protección ante ese virus que ronda invisible (y la desoladora plaga de homicidios donde “la vida no vale nada”), llegan “como anillo al dedo” para explorar, probar y perfeccionar un nuevo formato en el social media para la cultura.
La edición 48 del FIC sigue en pie, pero distinta, lejana, virtual… Durante cinco días (del 14 al 18 de octubre) –y pensar que estaba en negociación añadir una semana–, las calles cervantinas resentirán su ausencia, mas la fiesta continuará en pantalla y sin salir de casa. Coahuila y Cuba, como se presentó con júbilo a principios de febrero, seguirán siendo los invitados, allá en el norte y en las aguas de una isla anhelada –al menos existe un recuerdo mítico hace casi diez meses con la preciosa Omara–.
“¿Qué cosa fuera?… si no creyera en lo que quede”*. Pronto llegará la resignación, tal vez en un sueño, en un utópico Cervantino con la trova de Silvio, frente a frente, guitarra y voz…
*En “La maza”, de Silvio Rodríguez.