A quien importarle por Joan Carel

Cortesía FIC: Mayra Mope

Tener a quien importarle. A ese deseo se reducen la mayoría de las heridas con las que crecemos, los temores, las angustias y las violencias que, más de una vez, escalan a macroniveles con episodios crueles, rechazados por la moral internacional, aunque sigan vigentes y tan presentes.

Así son las etiquetas, “solterona quedada”,  muy del siglo pasado, pero que todavía duelen en más de una joven mujer en el ahora. Quedarse sola; nunca ser valiosa para alguien; quedarse…

La danza que sueña la tortuga, nombrada así por el verso de Federico García Lorca en el poema “Pequeño vals vienés”, es una de las más reconocidas obras del dramaturgo veracruzano Emilio Carballido, misma que, como homenaje por el centenario de su natalicio, fue montada por la Coordinación Nacional de Teatro, con la dirección de Nohemí Espinosa, en el 53 Festival Internacional Cervantino.

La historia se centra en Rocío (Sonia Couoh) y Arminta (Carmen Mastache), tías solteras de Carlitos y hermanas menores de Víctor Moredia, quienes son su principal compañía y sustento económico en Córdoba, Veracruz, aunque no por falta de iniciativa, capacidad o talentos.

Ambas administran una tienda, bien surtida y de servicio eficiente; ambas saben coser prendas de alto nivel; ambas son la fuente principal y generosa de cariños y atenciones para una larga lista de sobrinos, las que prodigan admiración generosamente para otros, siempre, para otros.

Cortesía FIC: Mayra Mope

Rocío tiene 36 años; se encuentra en el esplendor de su vida para nuestra época, mas es retratada con principios de sordera, como una mujer mayor. La trama se activa cuando, enamorada de Alberto, uno más de sus sobrinos cercano a los treinta, confunde sus palabras con una petición matrimonial, pues han crecido casi como primos entre un constante coqueteo.

El desarrollo de la obra deja ver, en una comedia que mantiene en alto la tensión y la risa del público —sin importar el inicio un tanto lento y uno que otro personaje y diálogo innecesario—, una serie de machismos normalizados, ejercidos de hombre a mujer, de mujer a mujer, de mujer a hombre (como los chantajes maternales), de hombre a hombre y a sí mismo, que se perciben sin rechazo durante la función porque está ambientada “en el pasado”, específicamente en 1954, aunque sigan latentes ahora en más de una forma “renovada”.

Casi como un Segismundo en el clásico de Pedro Calderón de la Barca, Rocío despierta de su sueño de amor, quizá “el único que tendrá en su vida y la ha hecho tan feliz, aun con calumnias”. Tal como plantean los teóricos dramáticos y sin perder el divertimento, se devela esta historia como una realidad trágica, como el imposible privilegio de una fantasía que muy pocas mujeres tienen la excepción de vivir; mas el “deber ser” pesa más y la protagonista opta por “dejar ir” la oportunidad. “Al menos nos queda este vals”, enuncia ella, pues así es el infranqueable destino que deja, como resignación y consuelo, un baúl de fotografías y cartas.

El sueño de una vida, acompañada por los boleros en la radio y las reseñas de películas románticas: una verdadera historia de amor. ¿Acaso las mujeres mayores se enamoran con más intensidad? En esa espera prolongada, ¿han aprendido a amar de verdad? ¿Lo que se nos ha enseñado sobre el amor, también ese que ahora se deconstruye y se divulga, es la vía para aprender a amar?

Es la voz de Arminta en dos momentos clave —quien se ha permitido vivir como propia la ilusión de su hermana— la que trae a escena un sentir tan auténtico, en interpretación actoral y en discurso, que conmueve en lo profundo: “Parece que pasan muchas cosas porque ahora tenemos a quien importarle, o todas las cosas que nos pasan ahora se vuelven importantes”. De haber ido con Beto: “Seríamos sus esclavas para toda la vida. (…) No sabemos nada de la vida porque no se nos ha dejado escoger la desgracia que se nos dé la gana”. 

Finalmente, con una lección por todos aprendida, se resuelve que ambas tías irán a la Cuidad de México para “cuidar” a Carlos mientras estudia, pero “te vamos a dejar vivir”, con la esperanza vibrante en el rostro, cual adolescentes, por tener una historia propia y la libertad de conocer el mundo y “a tanta gente”.

¿Cuántas de nosotras aún existimos en la espera de ese sueño sin permitirnos vivir?

Cortesía FIC: Mayra Mope

La danza que sueña la tortuga
Nohemí Espinosa, directora
11 y 12 de octubre de 2025
Teatro Cervantes

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