Albergue por Gabriela Cano

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para Agus

Hace casi tres años vivía en otra ciudad en el techo de una casa vieja. Dormía mucho y comía muy mal y mucho. Llevaba una rutina que implicaba tomar clases que no me gustaban y cuidar las plantas que vivían de mi calle a la puerta de mi habitación. Eso no me enseño nada de jardinería, pero sí algo de lo que es el cuidado. Ahora tengo un gato. Entre los animales y los humanos los vínculos son tan complejos como aquellos que nos unen a la gente. Hay personas que alimentan, sacan a pasear, educan a sus mascotas. Pero hay otras que las hacen sus confidentes. El gato a veces quiere estar solo, tirarse en el patio, llenar su pelaje de tierra. Otras veces, quiere acostarse sobre mi estómago y se posa frente a la computadora (del otro lado de la mesa) cuando me siento a escribir. A veces no puedo entenderlo y otras creo que me ofrece muestras clarísimas de lo que es. Ello me lleva a decir que  en lo alto de nuestra incomprensión por el otro (humano o gato) hay, en realidad, una profunda necesidad de conocerlo porque, me gusta pensar, nuestro contacto es incapaz de medir lo que alberga y eso parece el origen de la sensibilidad entera.

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