Es tal la magia del teatro de títeres que un pedazo de tela blanca, sin problema, se vuelve mar. Ahí nada una ballena y las gaviotas contemplan sus piruetas. Gaviotas, ballena y mar; a la izquierda un pequeño faro y a la derecha una casita diminuta. Al frente, dos niñas (las titiriteras) con overoles rojizos, descubren en un baúl, maleta o cofre sorprendentes brújulas, caracoles, binoculares y retratos viejos de niños, muchos niños sonrientes que en la historia se fueron quedando. El agua de mar se disipa y al centro de la mesa sólo queda un sillón, un portarretratos vacío y una pequeña niña asustada por el ruido de las ventanas.
Se llama Amelia. Le gusta jugar con su avioneta, aunque los motores de los aviones la asustan cuando sobrevuelan su casa. “Las ventanas tienen sus misterios misteriosos”, le cuenta su conejo de peluche, quien está molesto con ella por el ruido que hace también su pequeño aeroplano y los desastres que causa al interior de su caja.
Conforme los juegos de Amelia transcurren, por una carta de correo aéreo y a través del teatro de sombras en la pantalla bajo la mesa, se descubre que tiene un hermano, Joaquín, quien ha emigrado. “La paso muy bien aquí, Amelia”, le cuenta y la prepara para su primer gran viaje en barco, para unas vacaciones inesperadas donde atravesará el océano y deberá ser valiente, aunque no irá sola, la acompañarán muchos niños inquietos y alegres (asustados) como ella.
Esta es una historia para las infancias, de las infancias a lo largo de la historia, como la del barco en el que viajará Amelia en 1937. Lormiga Títeres, compañía sonorense dirigida por Sarina Pedroza Montero, tiene la misión de construir infancias felices y plenas mediante el arte y la lectura. Con elementos sencillos, una ejecución creativa, ágil y llena de naturalidad, la sensibilidad de sus artista configura mensajes, en apariencia simples, que conectan a profundidad con el corazón de los espectadores: con los niños, a través de la alegría y la ocurrencia; con los adultos, mediante los símbolos y la reflexión.
“En una maleta no cabe todo lo que amas”, descubre Amelia mientras toma decisiones importantes, verdaderamente importantes para una niña. ¿El conejo o el oso… los calcetines o los calzones…? Los pequeños gritan sin dudarlo: “¡los calcetines, los calcetines, los calcetines!” y, entre risas de gente grande, los calcetines a la mochila van.
Amelia le teme a la guerra, a ese “sonido de ventanas rotas, jardín olvidado donde los árboles y las flores no crecen, ríos de lágrimas que desbordan por las ventanas”. El marco vacío, mismo en el que Amelia, jugando al principio, colocó su rostro, sí era para ella, vaticinio del viaje temerario en el que ahora se embarca navegando en un mar-tela. “¡Qué Dios te bendiga”, grita un espectadorcito mientras ella, desde el barco zarpante, agita su manita hacia ―a pesar de todo o por la gracia de sus titiriteras― una aventura feliz, una vida mejor.
Amelia y el viaje inesperado
Lormiga Títeres
Sarina Pedroza, dirección y dramaturgia
21 de octubre de 2023
Teatro Cervantes
Fotografías: Gabriel Morales (cortesía FIC)