Amor y obsesión en tiempos modernos Por: Lupita Villalobos

Yo te espío, tú me espías. Poco importa quiénes somos en verdad. Las normas actuales de conducta precisan que lo de hoy es conocerse recorriendo toda la información que se encuentra en las redes sociales. Te busco en internet porque pareciera que el coqueteo urbano entre desconocidos ha desaparecido. Ninguno quiere verso intenso, ni siquiera yo espiándote.

Lo de ahora es mostrar indiferencia. Si nos cruzamos con alguien que nos interesa, lo ignoramos. Preferimos elaborar una imagen de él o ella que satisfaga nuestras propias idealizaciones para entablar una conversación. —El amor romántico nos ha hecho daño, de eso no hay duda—. Pareciera que el lenguaje se ha vuelto innecesario; escribir una carta sería demasiado, como si las palabras escritas en papel solo pudieran significar una búsqueda romántica y no un gesto de ternura e interés humano. Ya ninguna persona se toma el tiempo para pensar en ti y dedicarte palabras que surgen de su interior. Ahora nos educamos bajo el signo de la insinuación y las dobles intenciones; fingimos amistad cuando en realidad pretendemos algo más, creamos una imagen de nosotros, espiamos a los demás e idealizamos su personalidad, la adaptamos a nuestros deseos y necesidades.

Veo tus ocho fotografías, reviso tus seguidores, así como a las cuentas que sigues. Descubro que te gusta cocinar porque predominan las cuentas de comida casera. No hay rastros de una pareja, pero espero que tengas algún perro. Tienes cara de que te gusta la música clásica; no me molesta, incluso creo que podría aprender. Miro las imágenes en las que te han etiquetado y te identifico enseñada. Distingo los lugares que frecuentas, infiero tus pasiones y pasatiempos. Te idealizo como una quinceañera que espera pasivamente a que el destino nos encuentre. —El amor romántico me ha dañado, me repito—. ¿Qué calles debo tomar para volver a encontrarme contigo? Me obsesiono con detalles ilusorios de ti, camino por la calle elaborando relatos que solo podrían pasar si nos conociéramos.

Le escribo a mis amistades y te nombro como si conociera a quien alberga ese destino. Se emocionan y me piden detalles; nadie sabe que en el fondo nuestro encuentro no existió. A pesar de la conciencia de mi autoengaño, repito el ritual por semanas. Deslizo mi dedo de arriba hacia abajo ocultando mis rastros en tu perfil. Me convenzo de que eres para mí y que eventualmente notarás mi presencia en redes.

Un día tu cuenta aparece como privada. Pienso que tal vez borraste tu cuenta. Instagram me sugiere perfiles de ‘amistades’ nuevas. Muevo mi dedo de izquierda a derecha y encuentro a alguien más que llama mi atención. El ritual vuelve a comenzar: yo te espío, tú me espías. No importa quién sea en verdad. En este juego de superficialidades yo podría ser tú y tú podrías ser yo. Inventemos algo que no existe.

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