Hablar sobre mis nuevas adquisiciones es uno de mis hobbys favoritos y no exactamente por ser cosas “Carísimas de París”, sino porque me gusta hacerme creer que al intentar justificar mi compra no termina siendo superflua. Me entristece verme como una compradora compulsiva y quizá termine en uno de esos programas de acumuladores extremos.
Orgullosamente escribiré sobre un invento que puede solucionar la vida a las personas incomprendidas o bueno al menos intentarlo y antes de que comiencen a juzgar o piensen que les vengo a vender algo, tómense la oportunidad de confiar en un objeto que esta al alcance de tus manos, literal.
El anillo de las emociones, este cambia de color según tu animo y déjenme decirles que en cuanto lo vi sentí que debía tenerlo, nunca me pregunto como me siento y eso me hace recordar que debo conocerme. Si bien es depositar la confianza en un objeto o adjudicarle que de forma psicológica, me sienta de un momento a otro feliz o triste no me molesta en lo absoluto, es mucho más interesante que culpar a los demás de mi malestar.
Es como los semáforos, cada color es una señal de si debes parar, seguir o tomarlo como medida de precaución. Por esta razón decidí mostrarles el instructivo con el significado de cada color a las personas cercanas: mis hermanas, mi padre, mi mascota, amigas, la señora de la tienda y al más interesado en estas cuestiones, mi novio.
…
Y así funcionan las cosas, inicie por describir lo emocionada que estaba con mi compra pero ahora que volví a retomar la historia después de un mes aproximadamente ya ni le presto atención de que color se torna el anillo, es difícil y al mismo tiempo fácil impresionarse, somos vulnerables al “ahora”. Si se presenta una oportunidad no dejemos que pase pero eso no significa aceptar y poco a poco huir, el accesorio protagonista de este texto seguirá conmigo si es que yo decido ponérmelo cada mañana.
No me arrepiento de comprarme un anillo que cambia de color porque al menos tengo tema de conversación.