Barbería Unisex: Apología de la mujer barbuda por Mario Frausto

Magdalena Ventura fue una mujer bella. Esposa, madre, calva y con una barba espesa. Le gustaba dar pecho a su hijo en la oscuridad, mientras su esposo la observaba desde las sombras. Escribía en latín. Le dejó al mundo un mensaje en donde hablaba de su condición como un milagro de la naturaleza y como un reto hacia la normatividad no sólo de su época, sino también de tiempos futuros.

Su historia es un recordatorio sobre la belleza y la corporalidad, aspectos que en conjunto constituyen uno de los asuntos básicos en la ideología occidental: la valoración estética del otro.

Como seres sociales hemos creado entendidos, parámetros que rigen nuestra visión acerca de diversos enfoques. La belleza, y su contraparte, la fealdad, son un buen ejemplo de cómo el ser humano ha construido formas de juzgar la apariencia.

El cuerpo suele estar medido por la vara de lo bello y lo feo, y esta valoración, a su vez, está dictada en más de un aspecto por el sexo de la persona. Si se es hombre o mujer hay estereotipos de cómo debemos lucir y comportarnos.

La barba, por ejemplo, es desde la antigüedad un rasgo masculino. Ha significado poder, fuerza, sabiduría y valentía, atributos que son ligados al hombre. Su contrario es el caso femenino: la mujer debe tener la piel despejada y limpia, brillante porque desde tiempos remotos es una reiteración de su fragilidad y pureza. Resulta interesante que algo tan simple como el vello facial contenga significados sociales que nos invitan a la reflexión de la ideología en que vivimos.

Sin embargo, hay casos como el Magdalena, el de una mujer que comparte la dualidad de los sexos. Magdalena es una irrupción, un desequilibrio. Nos recuerda que los estatutos sociales deben ser constantemente discutidos. Que los lineamientos estéticos pueden romperse y dar como resultado la formulación de nuevas perspectivas.

La mujer barbuda critica a la relación entre la belleza y el cuerpo. En ella la barba ya no es poder, es desacato, un golpe en la cara de lo que consideramos natural y correcto. Su apariencia nos recuerda que la corporalidad, en su carácter simbólico, es como otras convenciones sociales: está sujeta al cambio, a la evolución de su uso, a la renovación de sus significantes. Por tanto, en ella, el cuerpo ya no es un molde que no se puede romper, es más bien un signo que ha transformado su esencia.

Magdalena cuestiona lo que significa ser mujer u hombre; discute sobre si esas clasificaciones son funcionales o deberían pasar al olvido. Ella es una exhortación a la diversidad, a la conciencia de que debemos deshacernos de las ideas preestablecidas que rigen nuestro pensamiento.

En ella las dicotomías de género y estética no tienen lugar, más bien se busca su reconfiguración a partir de un nuevo entendimiento. Es por eso que es bella, hermosa porque funda un nuevo modo de comprender, porque origina otra manera de observar y valorar al otro. Nos recuerda que la belleza y el género son constructos sociales que también tienden al cambio, aunque muchas veces las personas se resistan en reconocerlo.

El ser humano se empeña en que el orden no puede admitir alteraciones radicales. Es por eso que toda transformación es lenta. Sin embargo, debe existir el detonante que comience a activar el cambio de mentalidad, debe haber un factor que instaure el lento pero constante movimiento de ese giro. Magdalena es uno de esos factores, uno de esos símbolos que contribuyen a los pequeños pasos que forjan grandes caminos. En su significado, en esa rebeldía que representa, radica su valor para la reflexión y la lucha. La mujer barbuda es nuestro grito ante los cánones. Un recordatorio de que más allá de esos atributos que dictan lo que somos, queda un solo hecho: todos somos humanos.  

 

 

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