#Beware por Míkel F. Deltoya

Miedo se llama la avenida que se extiende llena de luces y
sin autos un sábado a las 10 de la noche en la frontera norte

Jorge Humberto Chávez

 

Este martes pasado, familiares, amigos, conocidos, vecinos de Leslie Rubí, la acompañaron en su sepelio, en su entierro. Su asesinato tiene consternada a la ciudad; el pasado 8 de este mes, hace veintiún días, Leslie se dirigía con su novio a su casa después de haber acudido a un partido de futbol cuando unos tipos a bordo de un taxi sometieron a su pareja y se llevaron a la jovencita.  Dos días después se activó la alerta ámber identificando el móvil de los culpables como un taxi Nissan Versa.

Este fin de semana, las autoridades realizaron cateos en la colonia Mirasol de Monterrey y encontraron el cuerpo de una mujer a la que luego identificaron como Leslie, golpeada violentamente en el cráneo.

Hace diez días, por otro lado, las mujeres María y Alba, de diecinueve y veintinueve años, tuvieron que saltar de un taxi en movimiento que intentó secuestrarlas, después de haber sido amenazadas por el mismo chofer de ser plagiadas y asesinadas.

Mi novia me dice todo el tiempo que tiene miedo de tomar Uber a altas horas de la madrugada; que tiene miedo de cruzar la ciudad y encontrarse con un destino funesto.

El sábado por la noche regresaba en Uber a mi casa cuando una camioneta negra se nos cerró, y en cosa de 30 segundos nos alumbraron con lámparas muy potentes que nos destellaron; al ver que no éramos relevantes, o no éramos a quienes buscaban, o qué sé yo, arrancaron a toda velocidad.

La semana pasada, una gran amiga mía soportó una crisis y un temor al abordar un Uber que se estaba yendo por otra ruta que ella no había solicitado, que se iba por otro lado y no frenaba, y no le hacía caso. Conservó la calma. Cuántas no la conservan, cuántas no viven para contarlo.

La ciudad se está contaminando en lo más íntimo de su tejido social; este tipo de noticias cada vez proliferan más y más; y creo menester enunciar y denunciar desde este apreciable espacio, en primera, que debemos condenar en todo momento este tipo de situaciones, de acciones, de delitos, y exigir que no queden impunes, cuando suceden, y profilerar, luchar desde donde nos competa para generar climas seguros para todos nosotros y, en segunda, que debemos cuidarnos, todo el tiempo, cuidarnos tanto, frecuentarnos, acompañarnos, dar aliento al que lo necesita, empatizar, pensar y querer a los demás. El mundo es muy feo, muy raro; nos obliga a desconfiar de todos, y con razón, pero a las personas que queremos, en las que confiamos, a las que amamos, no nos separemos nunca de ellas, no dejemos de frecuentarlas, de preguntar cómo están, de preocuparse si llegaron bien. Y, en tercera, alzar la voz, gritar, evidenciar nuestro hartazgo, buscar recuperar de manera radical nuestros espacios, nuestras calles, para que, precisamente, calle, y noche, no sean sinónimo de peligro.

Esta ciudad y estas ciudades son catastróficas, nuestra sociedad es una herida abierta, y sólo unidos, podremos subsanar su dolor; un dolor que podemos prevenir, pero lo que jamás podremos subsanar de ninguna manera, es el dolor de perder a nuestras hijas, hermanas, amigas, conocidas, vecinas, madres. El dolor de perder a alguien, esa pérdida, esos crímenes, eso, no dejemos de condenarlos, de repudiarlos, de permitir que continúen impunes, que se normalicen, que se vuelvan números y datos más en un cajón archivado; no. No sé si existe y es eficiente la justicia divina, o necesitamos acciones frenéticas en las leyes de los hombres; hay veces en las que uno no puede hacer mucho, y duele, en verdad duele la impotencia.

Cuídemonos todas, todos, cuidémonos tanto, porque apenas oscurece, y la noche saca sus fauces de lobo. Unamos los brazos y hagamos fuerza para quebrar esos dientes afilados, y volver a vivir en paz, en tranquilidad.

 

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La Fuente por Diego Daniel Cordero