Bituin Platters, cholos and pretenders Por Emilio Torres

Todas las palabras que siguen podrían ser resumidas por estas líneas de Crosthwaite:

“El Barrio es el Barrio, socio, y el Barrio se respeta. El que no lo respeta hasta ahí llegó: si es cholo se quemó con la raza, si no es cholo lo madreamos macizo.”

En el año 2000 es publicada la obra “Estrella de la calle sexta” que finaliza precisamente con las líneas anteriores. En su obra, Crosthwaite habla de la nostalgia, la soledad, la responsabilidad, el amor y el arrepentimiento (“todo eso es pretérito” afirma el güero, uno de los protagonistas de la obra); habla de hombres y mujeres que en raras ocasiones han sido los protagonistas de la literatura, hombres y mujeres que, como dice Vallejo: “descienden de los campesinos de Rulfo y comparten su elocuencia”. “Estrella de la calle sexta” cuenta tres historias ambientadas en Tijuana, tres historias cargadas de Tecates, “mota” y del romanticismo que solo pueden ofrecer The Platters.

Los protagonistas de Crosthwaite establecen un dialogo directo con el lector, desvelando la historia del barrio y la propia, dando poco a poco pequeños indicios de aquello que se ha convertido en su razón de ser. Desde el recuerdo de la fatalidad que se deja entrever, hasta una vieja cadena con la que se ha ganado el sobrenombre que ahora lo define, pasando por un amor perdido:

“Oh, yes I´m the great pretender/ Just laughin´ and gay like a clown/ I seem to be what I’m not, you see/  I´m wearing my heart like a crown/ Pretending that you´re still around.”

“The great pretender” es al mismo tiempo título de la última historia de la calle sexta y de la mítica canción de “The Platters”. En la obra de Crosthwaite, los protagonistas parecen estar regidos por las líneas anteriores, aunque solo en una de las historias se hace alusión a “The Platters” y “The great pretender”, las personalidades de los tres protagonistas principales, concuerdan con lo que está plasmado en la canción; un hombre melancólico, que reconoce sus faltas en la intimidad, pero que bajo ninguna circunstancia lo haría frente a los demás:

“No voy a decir que no contaré los días hasta el próximo sábado; ni modo, en el fondo soy un sentimental como cualquier abuelito de Heidi. No voy a clavarme en ese rollo. Nada es como estar sentado tanto tiempo que ya eres parte de la banqueta, igual que un semáforo.”

 Los hombres y mujeres de Crosthwaite parecen haber sido arrastrados hacia la vida que viven, como si habláramos de Edipo y su destino inevitable, pues de un momento a otro los protagonistas de las historias “Estaban en su ambiente”. Un ambiente hostil para ojos extraños, pero tremendamente acogedor para aquellos que se encuentran familiarizados con él:

“Entiéndeme, con la clica se disfruta, se la pasa bien; los homeboys son tus compas macizos, son los meros meros cuando necesitas un paro. Entiéndeme le dije, con las rucas es distinto, es otro pedo.”

Los protagonistas de Crosthwaite se encuentran situados en la más baja posición socioeconómica, como ya he dicho antes, no son los protagonistas clásicos de la literatura, ellos viven (o sobreviven) procurándose unos a otros (“when your heart´s on fire/ you must realize/ smokes gets in your eyes), ya que no parece que la Tijuana de barrios bajos le interese a nadie más:

 “Unos tardaban hasta tres semanas en regresar. Volvían moreteados, flacos, jodidos. Los chotas, según ellos, no sabían nada del asunto. La prensa no se interesaba”.

“Estrella de la calle sexta” resulta ser un microverso comparable al de García Márquez en “Crónica de una muerte anunciada”, pues cada uno de los elementos narrados desemboca o influye de manera circunstancial en la trama principal de cada historia de una forma tan natural, que no resulta extraña la intervención, más bien parece algo obvio o que debería de suceder a continuación.

La narración que se establece en la obra, no se caracteriza por poseer una descripción grandilocuente de los escenarios donde transcurre la acción (en este sentido Crosthwaite podría asemejarse a Ibargüengoitia)  es más bien, un cumulo de acciones sucediendo al mismo tiempo las que hacen que la historia fluya, en ocasiones siendo narrada desde distintas perspectivas:

“Sale corriendo. El mundo gira y gira. Steve y amigos tras él. No lo alcanzan. No lo intentan. Demasiados. Tequilas. Demasiada. Noche. Risas – risas. Regresan al burlesque, jalan a Steve. Déjalo, al rato regresa, no tiene a donde ir”.

La Tijuana de Crosthwaite podría nombrarse con cientos de adjetivos, pero nunca con el de convencional. Las historias que se desarrollan en la calle sexta no son odiseas, divinas comedias ni quijotes; el mismo Croshwaite está lejos de ser Homero, Dante o Cervantes, sin embargo en una actualidad elitista como lo es la nuestra, el hecho de que el autor no intente asemejarse a las grandes figuras literarias es una acción que se agradece, se disfruta y comprende (no imagino al güero quemando todos los libros sobre cholos y despotricando contra ellos). “Estrella de la calle sexta” más que tratarse de literatura del norte, se trata de literatura universal, ya que si bien tiene los tópicos clásicos de esta, va más allá dotando a sus personajes de una calidez humana con la que cualquier lector (cualquier lector que viva en el contexto histórico-social en el que se ha escrito lo obra) puede identificarse sin mucha dificultad.

Con estas impresiones me marcho pues de la calle sexta, cargado del mismo sentimiento con el que partí de Cómala, repitiendo para mis adentros el mítico “Guasumara”, esperando pronto encontrarme con otra obra tan dichosamente creada como lo es la de Crosthwaite y suponiendo que si tuviera que definirla en un par de líneas, tomaría prestadas las palabras de Murakami: “Era el orgasmo más triste que había oído nunca.”

 

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