Betty se cuestiona, ¿Acaso la asesinará Artemio Santacruz? Ella recuerda sus ojos negros, sus dientes amarillos de metal y en su piel morena la rata que parece bailar mostrando los colmillos. Le desagrada profundamente el tatuaje, sobre todo cuando él se quita la camisa y le hace el amor tiernamente; siempre como caballero. —¿Crees que tienes suerte? —pregunta el hombre de ojos negros colocándole su arma en la sien y entregándole dos boletos. —Sabes que soy un hombre de palabra Betty —comenta acariciándole el cabello pelirrojo y contemplando sus ojos azules. Lo ha visto asesinar a mucha gente y pronto seguirá ella. —¡Me encantan tus labios carnosos y tu carita pecosa, mi niña! —Agrega arrojando el último cuerpo en la cajuela de su automóvil.
—Uno es tuyo Beatriz y el otro es mío —le dice, mientras la obliga a cavar una zanja. Cuando al hombre le escurre el sudor por los brazos musculosos; ella recuerda la primera caricia que le hizo, la había seguido hasta atrás de la cafetería de George. —¡Te ves hermosa! —le susurra. La mujer sonroja su cara pecosa y limpia rápidamente sus manos en el mandil de su uniforme de trabajo. Por unos segundos parecen la pareja perfecta cavando uno al lado de otro. Casi puede escuchar las palabras de su abuela durante la charla sobre el matrimonio —tu abuelo y yo no fuimos la pareja ideal, pero siempre nos apoyamos —. Casi olvida que quizás estaba haciendo su propia tumba. Jamás la dejará ir, porque conoce donde entierra los cuerpos. No la ejecuta en el lugar, pero aún no estaba a salvo. Rememora que tiene miedo de salir desde ese día y contempla los boletos en el cajón de su escritorio.
En la noche que enterraron los cuerpos; en la radio suena la canción el niño sin amor, del Tri, y ella siente compasión. El hombre moreno ha tenido una vida difícil. En el callejón donde pululan las prostitutas durante la noche y a veces también en el día; permanecen en silencio hasta que termina la melodía. —¿Me matarás? —pregunta la mujer pelirroja pensando; él la trajo al lugar para hacer parecer su crimen como causa de un oficio que ella no ejerce. —El boleto con la marca roja es el tuyo —comenta el hombre del tatuaje de rata y acaricia nuevamente el cabello de la mujer. —No te mataré si la suerte te favorece, A menos que, ganes el avión presidencial. ¿Puedo darte un beso? —pregunta con su acostumbrada cortesía. El auto avanza por las calles desiertas en la medianoche y los minutos parecen eternos. —No te preocupes —argumenta el hombre de los dientes de metal —el patrón ha enviado unos tontos para matarme y tal vez no sobreviva la guerra que comenzaré, sino vivo disfruta el avión por mí —agrega antes de marcharse.
No le agrada el hombre que pretende a su nieta, con sus dientes de oro y su barba de candado. Él aparenta ser un pandillero, a pesar de que sus modales contradicen su apariencia dantesca. —¡Buenos días, señora! —Saludo tendiéndole la mano —mi nombre es Artemio Santacruz —agrega, mientras Beatriz sube a su automóvil. —¡Por favor, hija! ¡Ese hombre no te conviene! —le advirtió Petra, pero ella quiere más de lo que esta vieja sola y desamparada puede ofrecer. Eran pobres y él parece tener dinero. —¡Te he fallado, hija! —grita Petra llorando y observa su cabello blanco y su rostro arrugado reflejado en el parabrisas de los autos que pasan. Ya era demasiado anciana para cuidar a los niños; cuando su hija María se los dejo. —Él es mi hijo Enrique y ella es tu nieta Beatríz ¡Cuídalos por favor, mientras yo trabajo para mantenerlos! —Y desde entonces no regresa.
—¿Qué pasa, mamá? —la cuestiona Enrique al salir del cuarto. Él llego en la madrugada y después de ver en el refrigerador se recuesta en la cama. —Tu hermana se ha ido —comenta la anciana llorando. Petra recuerda que al recibirlo no le importa que Enrique no sea su nieto de sangre; era tan adorable con su cabello castaño, su nariz afilada y sus ojos verdes. ¡Maldita puta!, piensa el hombre castaño y recuerda como lo acusa con la abuela; ella no soporta que fuera feliz con la nieta de la vecina, y ahora le muy zorra abandona a la anciana por un hombre. —¡No te preocupes, abuela! —dice el hombre de ojos verdes abrazándola —yo nunca te dejaré.
Beatríz con el poco dinero que trae en el bolsillo compra un auto viejo para marcharse del estado. La mujer pelirroja siente un escalofrío al escuchar su voz, ¿Cómo la ha encontrado? —No deben saber de nuestra relación —en el portaequipaje de tu auto hay dos maletas con dinero. Puedes usarlo poco a poco; pon un negocio —En el restaurante de la carretera la gente come y bebe sin prestar atención. ¿Asesinaste a mi hermano?, le hubiera encantado preguntar a la mujer de ojos azules, pero no era necesario.
A la anciana le alegra verla, Beatríz no deja de ser su nieta, a pesar de no venir al funeral de su hermano. Él había doblado el turno aquel día y cuando regresa a casa lo apuñalan; la anciana toca su nariz afilada totalmente deformé por los golpes, mientras acaricia su cabello y contempla sus ojos verdes ya sin vida. Enrique se pudo arrastrar hasta la puerta de entrada de la casa y nadie lo ayuda. —Un hombre de ojos verdes antes de morir, y la anciana lo comenta por teléfono a su nieta, pero Beatríz no vuelve a llamar.
Petra nota los cambios en su nieta, pero no pregunta. La mujer de labios carnosos comienza a trabajar y abre una estética. Estudia para estilista por las tardes como cuando trabajaba en la cafetería de don George; retoma sus estudios, mientras atiende la pequeña estética con su amiga de la secundaria y con el tiempo se convierte en dos y después en tres. A los siete meses de su llegada es el día más feliz para las dos, pero su niña de ojos azules todas las mañanas busca ansiosamente en el periódico una noticia que parece. Eran las seis de la mañana cuando el presidente salió en la televisión. Finalmente, después de varios años y de sobrevivir la revocación de mandato anuncia un ganador del avión presidencial. La cara pecosa de su nieta palidece. —¡Comeré algo en el camino! —dice y se marcha. Ese nuevo restaurante que abrió recientemente le está quitando demasiado tiempo, piensa la anciana. —¡Recuerda que prometiste pasar más tiempo con los dos! —grita Petra.
—¿Por qué tu boleto tenía que ser el ganador, mi niña? —pregunta el hombre de tatuaje de rata. Nunca le ha perdido la pista y la sigue cuando se marcha del restaurante; es viernes ella visita el cementerio, y él le conmueve sus ojos azules llenos de lágrimas. El hombre quita el seguro del revólver en su bolsillo y sonríe al aproximarse. El impermeable del hombre brilla bajo la lluvia y Beatríz lo beso en los labios. Un dolor le recorre el pecho y de la boca de la rata fluye la sangre sobre el corazón. La daga que pensaba que había perdido hace tiempo, pero ahora está en las manos de ella.
Artemio cumple su palabra y vino por ella; Beatríz toma la daga que por tanto tiempo ha guardado. Le atormenta pensar, ¿Qué pasará cuando su abuela se enteré? —¡Te prometo que yo haré justicia! —le dice, un día que la ve llorar por su hermano. Artemio la ama y no resiste darle un último beso, y ella le hunde la daga en el pecho. Arroja el cuerpo y el arma en una tumba abierta. No lo cubre mucho. El sepulturero lo hará por ella; sobre él colocarán el féretro del muerto para el que hicieron la tumba. Al llegar a la casa su abuela Petra la escucha y sale con su hijo. —¿Ya llegaste, mamita? —pregunta el niño moreno y de ojos azules, mientras su madre le permite que le acaricié el cabello pelirrojo.
Buena suerte, Juan Rodriguez Prieto
Salamanca, Guanajuato, México.