Calzoncillos para incomodar por Joan Carel

Cortesía FIC

La plaza está lista. ¿La gente también?  Dos hombres ingresan portando batas blancas de toalla, calcetas largas y zapatillas de fútbol; uno, el que tiene barba, lleva una gorra de aviador sobre la cabeza, mientras el otro, calvo y muy delgado, tiene un armazón de anteojos sin cristales. Una música festiva y estruendosa acompaña su llegada; los niños están dispuestos, los adultos… quizá no tanto, pero aplauden curiosos para que comience la función. 

El hombre de los lentes muestra un objeto alargado con apariencia de silbato, lo observa y analiza hasta descubrir que emite un sonido soplando a través de él. Se asusta, retrocede, mas pronto juega con el silbido. Su compañero, sorprendido, desea también manipularlo, pero el instrumento astutamente desaparece bajo el cordón que ajusta la bata del primero. 

Los hombres emiten ruidos agudos para comunicarse entre ellos y con el público. Al principio, el público colabora conforme las bromas pasan, pero no ocurre así cuando, habiendo jugado primero sobre tomar fotos pícaras y  descubrir pequeñas áreas del cuerpo ocultas bajo la bata —tal vez calculando la reacción y los límites de los espectadores—, los hombres comienzan a destaparse el pecho, asustándose pudorosamente las primeras veces, en una suerte de competencia sobre su fuerza varonil. El de la barba bromea sobre la vellosidad de sus pectorales, juega a ser lobo, oveja, vaca y exclama sorprendido: “¡qué suave!”, todos ríen por su descubrimiento.

Luego, con los cordones de las batas, los personajes establecen una pelea emulando ser karatekas y ahí ocurre la primera broma subida de tono donde la rigidez/flacidez de la tela simboliza las proporciones de una parte íntima. Pronto desaparecen las batas quedando ambos hombres en calzoncillos y descubriéndose que, opuesto a lo que se creía, el delgaducho está exageradamente dotado y se enorgullece de esa cualidad, tanto que acomoda y cuida con esmero su parte. Un buen sector del público no lo soporta y sale indignado de la función incluso teniendo los mejores lugares. Los hombres se miran confundidos, no lo entienden, se entristecen, pero pronto retoman la actividad.

En calzones, comienzan ahora a retarse en cuanto a sus habilidades físicas para ejecutar malabares y pasos de hip-hop, la capacidad para controlar sus músculos y hacerlos bailar. Para el hombre delgado, realizar la tarea representa un esfuerzo extremo, tanto que la piel de su cuello se tensa grotescamente. Más gente sale; los niños se preguntan por qué, tal como la primera vez, si estas personitas extrañas son tan divertidas… La aventura sigue. 

Los malabares continúan, pero ahora en pareja, sobre los hombros uno del otro chocando contra el follaje de los árboles y casi tropezando, lo que pone en evidencia su sorprendente fuerza y agilidad en conjunto. En ese transcurso, ocurren un par de bromas con referencia sexual que para los niños pasan totalmente desapercibidas, ellos ríen con los tropiezos y las ocurrencias, son bromas sugeridas para los adultos que no interfieren ni perturban a los chiquitos. Esta vez, sorprendente, nadie más del público se aparta. 

Después de tan extenuante rutina, el hombre delgado saca de su calzoncillo un trapo para secarse el sudor y se desata la risa de toda la plaza al descubrir que el apabullante tamaño era —obviamente— falso. Un perro vecino ladra y los hombres lo acompañan. Todo al rededor continúa, tal como las palomitas en la fuente tomando agua, como si nadie más que el público reunido notara que ocurre ahí, al centro de la plaza, un espectáculo inusual.

Comienza una rutina de magia en donde dos dedos en cada mano, las escuadras formadas por los brazos y los giros del torso y la cadera lo hacen funcionar. Luego vuelve la música desafinada de la flauta que da soporte a un intento de ballet que se torna en el vuelo torpe de un ruidoso pajarraco. A ello, suceden otros bromas de ocultamiento, sonido, contorsión y baile, hasta que los hombres eligen entre el público a un tercer compañerito, Luciano, en un principio nervioso, quien rápidamente muestra haber sido excelente observador aprendiz ejecutando los actos de equilibrismo como un auténtico cómplice. Los anfitriones, llenos de orgullo por su nuevo pupilo, despiden al pequeño quien baila con seguridad y les ofrece un puñito que no saben interpretar. Luciano, Gerard y Philippe agradecen entre confetis blancos.

Como último número, los hombres vuelven a balancearse estando uno sobre el otro y teniendo como misión lanzarse dentro del calzoncillo extra que funcionó un momento antes como trapo. El de la barba, abajo, sostiene el calzoncillo mientras el otro ajusta su tino y lo logran en el primer intento merecedores de mil aplausos.

No hay duda de la habilidad, la agilidad y la creatividad de Benoît Devos y Xavier Bouvier, quienes fundaron en 1998 la compañía belga Oki Dok y desde entonces han sido galardonados con múltiples premios en la disciplina clown. Lástima de las personas que huyeron asustadas, no sabían que lo mejor del show estaba por comenzar.

Cortesía FIC

Una experiencia en calzoncillos
Oki Dok
28 y 29 de octubre de 2023
Plaza Mexiamora

Fotografías: Mayra Mope (cortesía FIC)

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