“Omnia vincit Amor, et nos cedamus Amori”
Virgiliio
Escucha esto: No sé cómo ocurrirá. Pero pasará. Un día o una noche, no lo sé con exactitud, tocará a tu puerta. Quizá tenga flores en la mano, quizá no tenga nada. Posiblemente no tenga idea de qué palabras usar para convencerte. Pero llegará y estará ahí, desnudo y con sus mejores prendas, te dirá que te ama. Y sabrás que tú también le amas. Aquello será eterno, lo será mientras dure. Y te volverá decente, aunque no debes olvidar, que decente es demente, y que sólo una letra hace la diferencia.
En una noche cualquiera, de esas en las que te topas a tus amigos afuera del bar, fui a parar con una historia maravillosa: la historia de una mujer que dio su primer beso el día en que cumplió 18 años. Aquel beso significó para ella en la tremenda necesidad de abandonar muchas cosas de sí misma; y a su vez, fue el estigma que acompañó a su impresionante intelecto, el cual había olvidado por completo a su inteligencia emocional.
Me dijo algo que sonaba a que aquel beso era decisivo, que después de ese amor su vida marcó un sendero y debía seguirlo, aunque todas sus acciones nos hablaban de lo opuesto. Pasada la noche y con los ojos cansados, trataba de hilar la historia con mi propia historia, y con las historias de tanta gente que me ha confiado alguna cosa en alguna ocasión. Pensé en aquella vez en que me enamoré por completo, y también ese momento en que no pude, por más que quise, querer a alguien.
Somos una suma, un cálculo perfecto de todo aquello que vamos coleccionando: libros, películas, música, clases, empleos, amigos, hechos. En algún punto de la suma comenzamos a restar. Y elegimos. Porque somos brillantes. Elegimos qué conservar. Y decimos cosas como esa, hablamos de ese beso que significó, o creemos que significó. Pero el tiempo continúa. Tiene un paso firme que no perdona y anda sobre todos nosotros, y aunque podamos creer que es cruel, no lo es. Es sabio.
Cuando me convertí en madre alguien a quién quiero mucho me dijo “el tiempo te dará la razón”. No sé qué “razón” me dará, pero seguramente así será. Quizá me lo dijo en ese momento porque yo estaba tratando de elegir por mi cuenta aquello que sería bueno para mí y para mi hijo, y mucha gente creía (o cree) que soy muy joven (ya lo ves, el tiempo, incluso el que vamos acumulando, es un reflejo de sabiduría). En ese momento aquellas palabras fueron sólo una frase hecha, que alguien debía decirla, porque la vida pide que esas cosas sucedan así, pero ahora sé que no.
Cuando tenga cuarenta pensaré en todo lo que me hizo sufrir a los veinte, y reiré mucho. Así como pienso ahora de la persona que era cuando tenía 15 o 13, y juro que entonces sufría por muchas tonterías. Recuerdo el primer novio que tuve, y todo lo que lloré por él, y que después tuve otro y el patrón se repetía. Y pienso cuando me enamoré platónicamente de alguien, y cómo caminaba tras él para ver cómo hacia nada, e iba en compañía de mis amigas, porque a los 13 no hay mucho de qué hablar, entonces decidimos enamorarnos. Pero no, no crean que hablo de un amor barato; al contrario, ningún romance es barato. El amor, por corto que sea el periodo requiere de tiempo, de constancia, de complicidad. Es decir, el amor es, por tanto, una suma de cosas que deben partir de nuestra operación original.
Yo le dije a ella justo eso. Quizá al paso de unos años recordaría aquel primer beso con gracia. Seguramente pensará que fue bueno, pero que eso no la definía. Todos le damos demasiada importancia a las cosas que no deberían sernos importantes, lloramos demasiado por cosas que con el tiempo no serán lo que pensamos. Pero sufrir así, amar así, querer así, es necesario. Lo acumularemos, y después, con el tiempo, hemos de restar lo que no sirve.
Un día, puedo apostarlo, tocará a tu puerta. Y será eterno, lo será… pero como toda la eternidad, será mientras dure.