Covid Us Ricardo Yépez

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¿A quién hay que matar?

En esta semana me puse a jugar el videojuego de moda: ‘Among Us’, 10 tripulantes de una nave espacial se dan cuenta de que hay (al menos) un impostor entre la flota. Su misión es descubrirlo antes de morir todos, si logran reunir pistas suficientes pueden expulsar al infiltrado al espacio y ganar, pero pierden si los impostores logran reducir a los tripulantes hasta ser igual número.El videojuego es una versión programada de un juego de cartas, probablemente menos conocido, pero más antiguo, llamado ‘Rey y pueblo’. Una actividad recomendable para una francachela con los compás.

Siempre he creído que algunos temas para series de televisión tienen su momento cúspide. Tomemos por ejemplo Kid el auto increíble, cuando el show salió al aire un auto que hablaba y pensaba por si mismo (AI) era hasta un poco futurista, pero la versión más reciente no encontró la misma audiencia porque ya eso no nos resultó deslumbrante. Lo mismo puede ser que suceda con otras variantes de entretenimiento, como resulta nuestro tema.

Among Us ha encontrado eco justo en el momento en el que las ganas de matar a todo el mundo se pusieron álgidas en redes y dichos impulsos de fastidio no van dirigidas a un coloso, sino a nuestros semejantes. Los locos obsesivos del cubrebocas bien votarían porque metieran en un campo de concentración a los tontos necios detractores de las mínimas medidas hipoalergénicas con exceso de la fuerza policial «si fuera necesario», y viceversa.

Los detractores de los videojuegos y las buenas conciencias no tardarán en encontrar excusas para señalar este juego como sicológicamente peligroso en cuanto algún niño gringo sicópata con algún accesorio de la empresa desate una balacera y mate a sus compañeros, en vez de revisar la atención paternal (como siempre) o el afecto negado por sus diferentes comunidades (como siempre), o de revisar sus leyes sobre armas (como siempre), o relacionarlo con su trastorno mental (como siempre).

Sin embargo, los videojuegos ayudan liberar la tensión y a externar sentimientos negativos de una manera viable, desde el punto de vista de este autor. Además, los juegos multijugador en línea son de las pocas actividades recreacionales colectivas que esta pandemia nos ha dejado para pasar tiempo juntos a distancia.

Incluso, con lo peligroso de las calles en México por todos esos adultos que no están jugando en línea, Among Us es una buena manera para mantener entretenidos a los niños, sin riesgo a convertirse en un «daño colateral» de los sicarios y de las malas administraciones públicas.

Añada a lo dicho que la dinámica moral de Among Us podría ayudar a desarrollar la empatía hacia aquellas personas que vemos cómo sospechosamente peligrosas para nuestra existencia, ya que en algún momento los tripulantes deben tomar la decisión de eliminar a uno de sus compañeros del cuál sospechan es un peligro, pero por lo general no es así.

 

¿A quién hay que salvar?

Más allá de las circunstancias que han hecho popular el videojuego, hay en este sencillo sistema lúdico todas las implicaciones éticas y ontológicas que apunta Susan Sotang en Marcos de guerra Las vidas lloradas. ¡No podemos salvar a todo el mundo! Esto no es una orden, es una trágica aceptación. Todos los días dejamos morir a nuestros semejantes, y sí podemos salvar a muchos, pero ¿a quiénes vamos a ayudar a sobrevivir? Quién merece ser salvado y a quién vamos a echar por la escotilla para poder continuar con nuestras vidas. La autora va incluso más allá y eso se ve incluso presente en el juego (pero no me malentiendas, no digo que los programadores han querido hacer ontología, o llevar la teoría de la autora a lo lúdico). S S diría que incluso los impostores deberían ser considerados una forma de vida, pero obviamente no lo vemos así cuando somos tripulantes, sólo al ser impostores nos importa la vida de otro impostor y los demás hay que matarlos.

¡A quién hay que matar!

Si la vida fuera una película de Disney podríamos salvar a todos, incluso a aquellas formas de vida que no consideras dignas de ser vividas: el moho del baño, las cucarachas, las ratas parlantes que ayudan a vestirse, los crustáceos y peces que forman parte de tu séquito, ¿qué tal las vacas vaqueras, las salvamos o nos las comemos en una parrillada?

Pero olvidemos estás formas de vida que no nos presentan un dilema moral. Hablemos de los pobres, de los niños en situación de calle, de las niñas prostituidas, de las enfermeras que se suben al micro luego de trabajar, del policía (¡uy, del policía!, por mí hay que funarlo), de las mujeres que mueren en sus casas a manos de sus parejas-victimarios, de los niños criados en orfanatos para alimentar la red de trata de blancas de la Iglesia. ¿A quién matamos? A alguien hay que decidir matarlo para que todos podamos continuar con nuestra existencia. ¡A quién matamos!

Hasta aquí puedes creer que puedes librarte de tener manos en la sangre tal como has vivido hasta ahora (según tú); pero en realidad, como consumidores, como ciudadanos, como individuos y como personas decidimos día con día dejar morir a muchos (los más apasionados dirían que hasta decidimos matarlos). Decidimos dejar morir a las comunidades que se enfrentan contra los gigantes capitalistas por los territorios donde hay agua, maderas y minerales que se usan para traer a nuestros mercados. Decidimos dejar morir a las miles de víctimas de trata de blancas al consumir pornografía (generalmente de procedencia muy siniestra). Decidimos dejar morir a miles de personas en miseria extrema al darle continuidad a un sistema económico detestable, por el sueño de ser el próximo tiburón económico inoculado en muchos de nosotros. Así que a quién vas a matar este día.

El engaño entre nosotros

Otra habilidad que este juego puede ayudar a desarrollar es el criterio propio para no juzgar con base en los testimonios ajenos y a información poco confiable. Una habilidad que la posverdad nos ha exigido desde hace casi 19 años; ya es momento de que funemos a ese producto de los medios masivos de desinformación.

Uno de los eventos históricos en el cual han querido vaciar vergüenza pública es la cantidad de gente que pasó por la guillotina después de derrotada la aristocracia francesa, pero en realidad nadie puede asegurar que los ajusticiamientos excesivos de ese entonces no fueron necesarios para que naciera una sociedad más equilibrada. Queremos revoluciones sin sangre, como si el nacimiento de las sociedades, a diferencia del de los humanos, fueran ominosos por la sangre vertida. Sólo puedo decir que entre nosotros hay impostores, pero no es Guayaba, búsquenme en las salas si tienen sed de sangre.

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