CRIMEN Y CASTIGO (Primera parte) Por: Jessica Gasca

Diciembre 23

Son más de las ocho. Pamela sale para hacer las últimas compras navideñas. Sabe que hay mucha gente, pero le hace falta un regalo para su madre. En la última esquina de su colonia, se encuentra siempre un Santa Claus algo sucio que pide caridad, pero ella nunca le ha dado algo de dinero. Por desgracia para ella, de ley tiene que cruzar por ese callejón para salir a la avenida y tomar el autobús. Lo observa, esperando que de nuevo le pida limosna. Ella intenta cubrir su rostro con la bufanda, pero el anciano la observa desde una distancia.

—¡¡¡Hijita, feliz navidad!!!… ¿Tendrás algo que darme para una buena causa navideña? —dice el anciano vestido de Santa, mientras sacude un par de campanillas.

—Disculpe, señor… es que no traigo cambio. Tal vez en otra ocasión.

—Siempre dices lo mismo… ¡Nunca me das nada, mocosa! —dice exaltado el hombre que, desde cierta distancia Pamela no logra visualizar bien.

—Discúlpeme, pero no es mi obligación, así que… con su permiso.

—¡Perra, ramera! ¡pero sí tienes para comprar regalos!

—¡Imbécil!

Pamela se aleja molesta, después de la discusión con el hombre vestido de Santa Claus. Minutos más tarde, alguien se detiene justo detrás del anciano, que sorpresivamente, saca de su larga gabardina roja un pica hielo. Impulsándose, se lo incrusta a la espalda del disfrazado. Este de inmediato cae muerto a la nieve; a prisa le quita la vestimenta y se coloca las botas y el gorrillo. Pamela está algo desesperada. Ya es algo tarde y su autobús no aparece. A lo lejos escucha unos pasos sobre el hielo aún húmedo. Comienza a escuchar las campanillas. Cierra sus ojos imaginando al Santa Claus grosero. Se levanta para impedir que siga fastidiándola, se da la media vuelta y dice un insulto al anciano. Pero por sorpresa de ella, no se trata del mismo Santa. Ella pide disculpas sonrojada y se vuelve a sentar para esperar el autobús. Las campanillas son colocadas a un lado de ella; Pamela las observa y las encuentra manchadas de sangre. Lentamente alza la mirada y observa el pica hielo ensangrentado tomado por alguien completamente extraño. Antes de que pueda decir o gritar algo, le es rayado el brazo. La chica comienza a gritar y correr. Tras ella, la sigue aquel misterioso Santa Claus. Desesperada para salirse del peligro, Pamela se esconde en un callejón, pero es vista. De nuevo, comienza a correr sin imaginar que no hay salida del otro lado. La chica llega a la inmensa pared de concreto, tratando de buscar una salida, pero no la hay. Pamela observa cómo se acerca hacia ella lentamente aquel terrible ser. La joven respira entrecortada del pánico. Le toma la cara entre sus manos cubiertas por unos guantes negros; las lágrimas le brotan a la joven. Pide clemencia, pero es inútil. Sin pensar más, el Santa toma con fuerza el pica hielo y es incrustado en el ojo el punto cortante; Pamela cae al piso, intentado pedir ayuda, pero el dolor y el pánico evitan que su voz aumente. Comienza a arrastrarse tratando de sobrevivir al extraño Santa Claus. Pamela siente que no puede moverse, algo se lo impide. Observa a su asesino pisándole la espalda.

—No te portaste bien este año, Pamela. —dice, con cierto sarcasmo. Sin poder decir nada más, le clava en el cuello el pica hielo. Pamela muere instantáneamente.

A la mañana siguiente, Hilda se levanta. Ruidos alarmantes provienen del exterior de su casa, la despiertan. Su madre entra a su habitación alarmada. Hilda le pregunta sobre el ruido que se está produciendo afuera. Su madre le platica que encontraron el cuerpo sin vida de Pamela en la avenida de la colonia.

—Pero, ¡¿cómo va a ser? ¡qué motivos tendrían para matarla! Pregunta sorprendida Hilda.

—No sé, hija. Pero la conozco desde que ambas eran pequeñas. Es mi vecina y créeme que me duele. Nunca supe sobre problemas como para acabar muerta.

—Eso sí que es alarmante, madre. Tan pronto en navidad…

Qué regalo navideño más aterrador.

Después de un par de horas, Hilda sale para enterarse de lo sucedido. La casa de Pamela se encuentra a dos casas de la de ella. Habían sido vecinas por más de dieciocho años. Hilda camina hasta la escena del crimen, donde ve varios policías prohibiendo el paso. Entre empujones y gente corriendo, Hilda logra ver el saco que utilizaba el anciano disfrazado de Santa Claus. En las noticias, de la televisión local, informan que, al parecer, el anciano le había asesinado; pues según indican muchos de los vecinos de la zona, aquel hombre se había estado comportando muy grotescamente y seguro ebrio había asesinado a la joven. Suponen que huyó, pues solo encontraron el saco perteneciente a su disfraz.

Hilda recibe la visita de su vecino Robbie, quien se encuentra lloroso y triste. Robbie le confiesa a la chica que había estado muy enamorado de Pamela, pero ella siempre lo rechazó. Hilda lo consuela para que no se deprima. Minutos más tarde, su hermana Victoria va por él.

—Rob, tenemos que irnos. Papá te está buscando para que le ayudes a algunas labores. —dice Victoria.

—Sí, ahí voy. Ya me tengo que ir, Hilda. Pero feliz navidad, por si no vengo a felicitarte en la noche.

—Igualmente, Robbie. Me felicita a tus papás.

—Pues me tengo que ir también. Nos vemos, Hil. —replica Victoria.

—Espérate, Victoria. Tengo que preguntarte algo —deteniéndola del brazo—, dime una cosa.

—¿Qué pasa?

—¿Estás feliz por la muerte de Pamela?

—¡Pero qué cosas dices, Hilda! ¡Cómo me voy a alegrar por la muerte de alguien!

—Tú sabes porqué lo pregunto. Yo misma no negaré que sentí un alivio cuando me enteré.

—Pues sí… esa ramera se lo merecía. Solo vivía para pisotear a las personas y más a mi hermanito.

—No tuviste nada que ver, ¿verdad, Victoria?

—¿Estás loca? Soy mala, pero no asesina. Además, yo estuve con Steve toda la noche.

—¿Quién dijo que Pamela murió en la noche, Victoria?

—Nadie… ¿sabes?… Ya me voy, porque mi abuela nos espera en su casa.

—Sí… no querrás que sepan que aún te juntas conmigo.

—Tú sabes que todo sería normal si no hubiese sido por la estúpida de Pamela.

—Feliz navidad, Victoria. Por cierto, te quedarás para el interrogatorio en el vecindario, ¿verdad?

—Sí, lo sé… ¡adiós!

 

Continuará….

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