Crónicas y apuntes del confinamiento no anunciado Chava Ramírez

A la distancia también llegan y se van personas.

Ya estamos a punto de vivir todas las estaciones del año en pandemia- cuasiconfinamiento.

“Nos vemos cuando todo esto pase”, nos escribíamos mucho; pensábamos que iba a durar menos y en nuestra imaginación, el final estaba a unas dos semanas.

No sé si algún día lo escuché de alguna otra persona o lo leí, o si incluso se me ocurrió, pero estoy casi convencido –más por el corazón que por mi propia razón- de que todo momento de nuestro pasado queda cristalizado en una partícula de agua que se reproduce infinitamente hasta conseguirse inmortalizada, haciendo que ese fragmento ocurra eternamente, en miles de millones de universos que no son ni serán nunca el nuestro. Siempre somos, siempre hacemos y siempre estamos, pero nunca más estaremos ahí otra vez, justo algo así como lo que ocurre con nuestros recuerdos.

Octubre significa “ocho meses”, y aunque para nuestro calendario, el mes de las lunas hermosas signifique el décimo mes del año, para los romanos, se trataba apenas del octavo porque para ellos, el año comenzaba en el mes de marzo. El 2020 en América Latina pareció comenzar en calendario romano, justamente en marzo, en el mes dedicado a Marte, el dios romano de la guerra. Pasó como en nuestra mente, en la que ahora sólo recordamos o creemos recordar lo que ha pasado en nuestras vidas a partir de los 3 o 4 años

No te puedes enamorar de alguien a la distancia.

De pronto, como si nada, se vacían las calles, se vacían los mercados, se vacía todo. Niños de primaria, despiertan un martes en la mañana, a las 11 exactamente para preguntarle a sus padres que por qué no les despertaron esa mañana para ir a clases. Los de secundaria son inmensamente felices y a los de preparatoria les pasa exactamente igual, sólo que ellos esperaban con ansias porque el anuncio fue horas después de los de kínder, primaria y secundaria. Los de universidad, están un poco más contrariados; algunos ven en la universidad a una casa más casa que su propia casa.

Estaba proyectado para ser tantito, se iba a tratar de una despedida momentánea, como cuando te encuentras a alguien en Craft o en La Cultural y le dices “deja voy por mi vaso”, eso era, no era nada, era pan ya comido. Pero los días pasaron y pasaron, y pasaron, y se fueron, y nosotros, la generación de cristal, creímos la promesa del pronto regreso y del breve distanciamiento, aceptamos la promesa de los grandes capitales que por años parecen habernos estado mentalizando a que una pantalla del tamaño de nuestra mano va a relegar enteramente al calor, a los besos y a los abrazos de la insana distancia.

En otro universo no hay pandemia.

La verdad es que muchos de nosotros, casi todas o todos, nos hartamos de esperar durante la pandemia, y al menos una vez, hemos actuado como covidiotas. No lo sé, algunos aguantaron menos, otros más, unos lo fueron más que otros, otros se arriesgaban más, qué sé yo, o qué sabemos nosotros, si no existe una clasificación oficial que nos distribuya a los covidiotas por nivel de riesgo y egoísmo tomado.

Ya estoy harto.

¿Y vamos a ser juzgados? Ya lo estamos siendo, de hecho, directamente, pero es normal y es entendible. Dice la OMS, y casi todos los organismos especializados en salud, que somos los jóvenes (los de la generación de cristal) los culpables de los contagios, y bueno, hasta yo he juzgado algunos tipos de covidiotismo, considerando –según mi automisericordia- que el mío está un nivel debajo de aquellos. Qué ironía porque así como la medicina ha ido avanzando conforme se extiende la pandemia, creo también que nuestro pensamiento y el estudio de las conductas humanas en tiempos de pandemia, también va corriendo al ritmo de la enfermedad.

En el fondo no me duele tanto que se haya cancelado la Feria de San Marcos 2020.

Pero, ¿De qué nos van a culpar?

El colectivo va a juzgar a la “Generación de Cristal” por haber propagado la enfermedad y claro, lo van a hacer con mucho gusto, porque al fin van a juzgar a quienes tienen desafiados sus cánones y sus costumbres más arraigadas que durante siglos han perdurado. Les duele tanto comenzar a ver que se derrumba todo eso que ellos alcanzaron a llevar en su sangre, en su ADN, que, será un placer para ellas y ellos señalarnos directamente.

Podrían culparnos pero nunca condenarnos, nunca van a conseguirnos una sentencia, porque sentenciábamos ya estábamos desde el día de nuestro nacimiento. Sentenciados ya estamos desde el instante en el que nos dejan un mundo muy afectado por el daño al medio ambiente, lleno de violencia, intolerancia, la sistemática violación a los derechos de las personas, inseguridad, la falta de acceso a servicios básicos, la falta de una pensión digna, la gran desigualdad y las escasas oportunidades para mejorar nuestra calidad de vida.

A la distancia también se siente.

Irresponsabilidad y egoísmo, mucho, pero en nuestra complicidad, también se encuentra demostrada nuestra inocencia. Porque no somos más que rehenes de un orden mundial caduco en el que ya no cabemos todos, nos queda verdaderamente chico, diminuto. Un orden mundial que no supo controlar la pandemia, a pesar de todo su desarrollo; que atendió al problema con una gran desigualdad, privilegiando las vidas de los que más tienen por encima de los que nada poseen, entregando una crisis que algunos viven como auténticas vacaciones y otros sufren como un verdadero suplicio. Regalándonos el mundo con la salud mental más deteriorada por el sinfín de fenómenos sociales que todos los días golpean a las sociedades de la tierra.

Tengo que hacer ejercicio.

Ojo, que nunca se quiere llamar a la imprudencia. Quiero decir que de algo estoy seguro, y es de que no somos iguales, a esta generación la caracteriza la empatía. Entendemos el dilema, y habremos y deberemos de quedarnos en casa en la medida de la posible.

Seguramente, inconsciente o conscientemente, pediremos o pedimos perdón a los que sufren por la pandemia y a los que seguramente nunca intentamos dañar; nosotros sí nos disculpamos, aunque no sea nuestra culpa.

Podrá parecer que algunos sí son irresponsables, muy irresponsables, pero no hay que juzgar al libro por su portada.

Regresábamos a clases el martes 17 de marzo porque fue puente por el natalicio de Benito Juárez.

En abril y mayo se juzgaba mucho a los que salían a fiestas, pero después se normalizó un poco.

También muchísimas personas adultas rompían el confinamiento.

Al principio de la contingencia, se daban muchos apoyos a las personas más necesitadas, sin embargo, se les dejó de dar y parece ser que ya pasaron más tiempo sin ayuda que con ayuda.

Quizás ya no todo vuelva a ser como antes.

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