0.
“Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza / al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera, / sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas / la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida, / la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba”. (Vicente Aleixandre)
1.
Vas caminando por la calle. Encuentras a alguien que a su vez te presenta a otro alguien. Se sientan en algún sitio a tomar algo.
Conforme pasan los minutos la vista va pasando, como obligada, de los labios a la nariz, de la nariz a los ojos, de los ojos a la frente, a las que las palabras que escuchas loa hace suponer inteligente, y de ahí a todo el rostro.
Descubre, de repente, la belleza. No una abstracta ni de las partes, sino una particular que debes atrapar porque no sabes cuándo volverás a verla.
Escuchas y hablas, te hablan y te escuchan. Alargas la conversación para alargar el momento. Intentas, para deleitarte después, de aprender y aprehender todos esos rasgos, cada uno y todos ellos en conjunto.
Regresas a casa, te tumbas, cierras los ojos pero no llega, aunque la fuerces, nada a tu memoria. La belleza, te das cuenta, te vuelves a dar cuenta, no puede darse en la memoria; sólo existe en el tiempo. En un tiempo presente como en u n museo. Como en un fotograma detenedio de un viejo anuncio de perfume.
2.
Sales de casa. Has olvidado la belleza aunque vuelvan de vez en cuando reflejos y flashes. Un mohín, una frase. Un modo de ladear la cabeza, una frase. En el taxi intentas leer. Todavía, aunque pasa, no te has dado cuenta de que vas asignando a lo que lees uno de esos detalles que regresan. Tardas en percatarte porque está adentro de ti aunque no lo sepas.
Llegas a donde querías llegas. Habrá alcohol, música, amigos y oscuridad. Entras y al fondo algo te sorprende. Pero te sientas a mitad de camino. Entre las sombras vuelves a ver lo que guardabas en la memoria y que vuelve a hacerse real. Aunque sea un instante.
Una sola frase basta para devolvértelos de nuevo, para que vuelvan a unirse.
No puedes evitar mirar una y otra vez. Imaginas que también te están mirando. No importa que sea verdad o no.
La belleza no necesita reciprocidad; el amor tampoco.
3.
Piensas en esa frase que has leído (“y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor”). Te duermes, tardas más que de costumbre, pensando en ella, en ese verso. Y en su cumplimiento.
PD
“Perdóname por ir así buscándote / tan torpemente, dentro / de ti. (…) / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú” (Pedro Salinas).