Dasein por Ringo Yáñez

Cuando cae la persiana nocturna,

con la palidez del vampiro

nuestra alma se expone desnuda.

El ataúd del corazón

es profanado por la estaca

de la realidad,

la amargura del ser

devela nuestra razón,

de vela nuestra razón

en esta oscuridad

donde nada se palpa,

ni siquiera el espectro

rotundo de la muerte,

luz eterna de nuestra única suerte,

que paradójicamente

se traduce en vivir.

No hay más,

sólo el abrazo que nos reconcilia

con lo que somos,

que nos enlaza con los otros.

Con cada respirar morimos,

todo es telón y ocaso, efímero polvo.

No podemos confiar en el pasado,

nostálgico y traidor deformado.

Nuestra condición exige

seguir un camino de tierradura,

trazado por nosotros,

logrado por el anhelo del pecho,

por el frenesí de la poesía,

por el espíritu que roto

se reconstruye con cada morir.

Hay que ensayar diez muertes en vida

para luego, con maestría,

desvanecernos al ritmo del aire

concluido nuestro tiempo,

entre la percusión de los aplausos

del otro que también somos.

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