De cómo ser un patético lector por Manuel Roberto Ruvalcaba Rivera

Me resisto como un caballero antiguo, a la osadía de leer “libros” digitalizados, sea por romántica nostalgia y vaga sensación de bohemio, que cigarrillo en boca, tras varias bocanadas, me deleito con la sensación de sentir en las yemas de mis dedos, la aspereza o suavidad del papel impreso o también porque al leer en la pantalla plana de la PC o del aparato telefónico se me irritan los ojos terriblemente. Esto me sucede a menudo cuando no me pongo mis lentes de lectura -que suele pasarme muy seguido- provocándome un intenso dolor en la parte craneal de mi cabeza, llegando a tal punto la molestia que pareciera que un millón de alfileres estuvieran clavándose al mismo tiempo. Tal vez por eso no me gusta leer libros en la computadora, ni en ningún otro aparatejo electrónico o mejor dicho digital, de los que actualmente abundan con la finalidad de hacer más llevaderas las tareas del hombre moderno.

Disfruto aquellas lecturas de autores olvidados o mejor dicho empolvados, porque considero que debe uno mostrarles cierto respeto;  El caso es que mi biblioteca personal, (me gusta llamarle así a mi pequeña selección de libros de las colecciones de editores mexicanos unidos) últimamente no ha sido renovada, no por falta de apetito intelectual, más bien por falta de dinero en mi cartera. Esta situación provocó que durante un tiempo, me convirtiera en uno de esos trúhanes, que sin dudarlo se aparecen en las librerías de cualquier samborns o vips, y sin ningún remordimiento, arrancar suavemente la cobertura de celofán y dar unas cuantas ojeadas a los singulares títulos que exhiben estos centros comerciales, dejando uno su sello personal con las huellas digitales impresas al palpar las hojas enriquecidas de textos y después de manchas negras de los dedos sucios.

Si he de confesarlo, me he transformado en un monstruo hambriento de letras, que bajo la anuencia de mi insigne conciencia, disfruto a placer, el hecho de leer un libro sin comprarlo; pensé al inicio que sería más conveniente visitar las bibliotecas públicas, sin embargo ante la ausencia de visitantes, me resultaba más mórbido el atreverme a realizar tal hazaña en dichos aparadores, incluso llegando a disfrutar de la mirada hostigante del empleado de corbata roja, que simulaba acomodar los libros para observarme. Finalmente después de leer un capitulo, acomodaba el ejemplar de tal forma que según yo, nadie más pudiera hojear, pues mis huellas digitales ya habían hecho mío ese libro. Luego muy campante y tratando de emular un gesto de insatisfacción, salía de ahí ante la mirada indiferente del cajero. Esos pocos segundos anidaban en mi pecho una oleada de emociones que me hacía pensar: engañe al capitalismo, disfruté sin comprar.
Patética costumbre que al paso del tiempo, fue aminorando, ya que poco a poco veía los pasillos de los libros y revistas más solitarios. Pude ver en ese lapso de tiempo como iban cambiando los títulos de los libros, según fuera la época y la moda; algo he de mencionar para salvar mi honor, jamás, pero jamás, me pasó por la mente leer uno de los pomposamente llamados best seller, sería por la terca necedad de quedar anclado a historias del pasado o porque no encontraba la diáfana chispa de la complejidad en tal o cual autor…Cuando no leía libros en estos lugares, paseaba mi vista por las revistas, hojeaba diferentes de esas que hablan de política, donde según las intenciones del editor, un personaje es víctima o victimario, pero en la mayoría de ellas, al pueblo se le consideraba como poco merecedor de sus gobernantes; en otras veces las revistas llamadas de Arte y Cultura, me cegaban ante sus altísimas conjeturas de la versión de la existencia, ya que con su inmaculada selección de textos sobre crítica artística en las diferentes expresiones, sentía que faltaban contenidos y sobraban intelectuales, me sentía como  un neófito y vulgar lectorcillo que no entendía la compleja relación del hombre y el arte, hecho que golpeaba profundamente mi ego y soberbia al tiempo que pensaba en los grandes artistas universales como Dante Alighieri, Tolstoi, Poe y hasta el mismísimo Ibargüengoitia asomándose por encima de mi diciendo:  -¡Mira este ingrato que no comprende la importancia de las revistas culturales!-

Así que debido a mi odisea, cansado y aburrido ya de ver siempre los títulos más engañosos de autores que quieren promover escándalos con temas por demás explorados y ante la inminente ausencia de autores mexicanos, decidí regresar a mi barricada de lecturas clásicas, con autores que se encargaban de desgarrar el alma en malabáricos intentos por demostrarle al hombre que la razón de su existencia es su capacidad de razonar y de asimilar en los demás mortales, los propios temores y hazañas, que solo el amor puede motivar, aunque de ello dependa la aniquilación de los viejos moldes mentales…

En fin  después de tal confesión, quisiera decir que ha mejorado mi humor, aunque lo cierto es que, se han terminado mis cigarrillos y disfruto tanto el hecho de ser sarcástico, que solo puedo comentar que me es más urgente salir a comprar otro paquete, que tratar de darle un final feliz a esta absurda confesión de un patético lector en busca de su redención.

 

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Sobre el Autor

Ha sido editor de publicaciones independientes, en los municipios del estado de Aguascalientes, periodista de vocación conductor de noticiero en radio en León Gto. y profesor de educación media y superior en áreas de comunicación y lenguaje así como literatura y filosofía. Actualmente radico en León, Gto. 

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