Las manos se despiertan y abren el camino hacia el vertiginoso ritmo de las percusiones apenas perceptibles. Delgadas líneas de luz nos muestran lo indispensable: de dónde nace el sonido. Algo está por ser revelado, algo está renaciendo. Los rostros profundamente expresivos brotan de la oscuridad para volverse a ocultar y así comienza la ceremonia.
El Laboratorio de Adishakti para la Investigación del Arte Teatral nos hace partícipes de un ciclo védico en donde la figura de veneración es Ganapati, dios con cuerpo de hombre y cabeza de elefante que, además, es conocido como Ganesha, Vinaiaka y mil nombres más que al ser recitados se transforman en un canto de adoración. En la propuesta escénica creada por Veenapani Chawla esta voz es cedida a diversos instrumentos de percusión que los actores/bailarines/músicos (si es que es posible hacer esa división) ejecutan. El cuerpo se expresa, también, a través del Kathakali para mostrarnos los más antiguos mitos que narran el nacimiento de Ganapati.
Con una fuerza creciente los intérpretes nos sumergen en la cadencia y en lo incesante de su ritmo. Sonríen, van de un lado a otro (nunca se alejan del centro del escenario) y juegan a obstaculizarse unos a otros para luego volver a unirse en equilibrio. Ese es el movimiento del ritual y del ciclo. De repente, arremete un elemento extraño, podríamos decir que más que extraño, extranjero. La fuerza decae. Esa parece ser, al principio, la molestia de los intérpretes que ya han generado una dinámica familiar: no hay nada sustancioso en ese elemento nuevo (simbolizado por el sonido de una guitarra eléctrica). El Laboratorio de Adishakti nos lleva al punto de reflexión: ¿cómo confluyen las grandes y viejas tradiciones con los nuevos brotes culturales adoptados de otras regiones, de nuevas formas de vida? Sin pecar de conservadores o de herméticos, la misma puesta en escena nos da la respuesta. La guitarra eléctrica quiere seducir a cada uno de los percusionistas para fusionar sus sonidos y cada uno va cediendo hasta que intentan adaptarse uno a otro, pero el objetivo no se alcanza, al menos no para nosotros como espectadores.
El nuevo elemento (al que luego se añade un bajo eléctrico) es, por mucho, bastante débil. Actores y bailarines vitales y enérgicos frente guitarristas casi moribundos. Más que generar un diálogo, se rompe la cadencia, se vuelve un proceso forzado que sólo nos hace añorar los momentos en que las percusiones, la danza y el gesto eran suficientes para hablarnos del mito védico, del mundo. Si la tradición es lo que se quiere resignificar, ¿entonces por qué luce más fuerte que lo nuevo, apenas audible? Así que la cuestión se queda abierta y no es algo que sólo deba ser de interés para el Laboratorio Adishakti, sino para todo investigador del arte teatral: ¿lo sustancioso de las nuevas formas en que se expresa la cultura es algo que se decide con el transcurrir del tiempo? ¿Lo que ahora nos parece débil, estúpido o sin sentido, tendrá eventualmente la suficiente importancia para transformarse en una nueva visión del mundo? Y más específicamente, ¿cómo podemos expresar en las puestas en escena estos procesos de fusión y desgarramiento sin caer en la simple y gastada fórmula de términos como “inter- o multidisciplina”?
Laboratorio de Adishakti para la investigación del Arte Teatral
Ganapati
12 y 13 de octubre de 2018
Teatro Cervantes
Fotografía: Carlos Juica (Cortesía FIC)