De la tierra, el silencio y el canto por Joan Carel

Fotografía: Gabriel Morales

¿Que la esclavitud ha terminado? Mentira. Ese el planteamiento en Después del silencio, obra de Christiane Jatahy, cineasta y directora de teatro brasileña, donde, a manera de documental, tres mujeres comparten sus testimonios, vivencias y sentimientos sobre su comunidad en Aguas negras, Brasil, y la lucha actual por la tierra, la libertad y la identidad.

“No caminamos solas, venimos con nuestras ancestras a hablar”, dice Bibiana Silva, mujer afrodescendiente ante un escritorio iluminado por una lámpara de estudio. Sobre la escena, otras dos mujeres la escuchan, ellas también tienen algo que desahogar.

“Casi todo lo que pasa en Brasil es por la tierra. (…) La esclavitud solo ha cambiado de forma”, dice para dar paso a la recapitulación de los esfuerzos herócios de João Pedro Teixeira, indígena asesinado en 1962 por reclamar la reforma agraria, y Severo Dos Santos, también  muerto años después por la misma causa. La obra toma como punto de partida la novela Torto Arado (2019), de Itamar Vieira Junior, y el filme Cabra, marcado para morir (1984), de Eduardo Coutinho, sobre la vida y labor de Teixeira y su familia después del deceso.

Entre los reclamos de las mujeres, está la indignación hacia la versión rosa de la historia brasileña contada en las escuelas sobre una vida en armonía ante la multirracialidad en la colonia portuguesa. Los 400 mil africanos llevados a Estados Unidos son una cantidad mínima en comparación con los esclavos que trabajaban en la minería brasileña en busca de diamantes, comentan. “Reivindicar un lugar donde vivir es fundamental para sobrevivir en el Brasil inmenso”.

Bibiana era la esposa de Severo y tiene una hija, Ana. Al igual que Elizabeth, viuda de João, quien cantaba una canción llena de percusiones con los puños para distraer a sus hijos del sonido de los balazos, sabe que el miedo atraviesa el tiempo y es parte de la historia de su pueblo: “miedo a caminar, a no agradar, a existir”.

El fondo completo del escenario constituye una pantalla que por momentos se divide en varias. Ahí aparecen fragmentos de la película y más testimonios de las abuelas que viven actualmente en la comunidad. “La casa es mía, pero la tierra es de ellos”, susurra una de ellas con la misma expresión y respiración contenida de muchas matriarcas mexicanas cuando algo les causa tristeza: sonríe para simular que todo está bien, para tranquilizar.

Niñas criando a otras niñas entre las fiestas y el canto que aminoran el hambre y la sequía, como la fiesta del Jaré en escena y en pantalla. “Mi lengua la había liberado de la cárcel del silencio”, dice otra de las mujeres sobre su hermana y reflexionan sobre la manía de los hacendados, ricos y poderosos por borrar la identidad de las personas que incomodan so difamación.

“¡Mostramos esto porque sigue pasando! Si nosotros lo plantamos y lo construimos, ¡entonces es nuestro!”, señalan a gritos en el micrófono con lo que se genera un ambiente extremadamente pesado, violento, insoportable. Algunos asistentes comienzan a salir del teatro, no aguantan la tensión, la crudeza de la realidad, pero ¿qué es un rato incómodo ante las vidas que hace siglos y todavía siguen sobajadas; la falta de empatía se traduce en escape?

Un personaje varón se encuentra en un extremo del escenario creando sonidos y música conforme el relato avanza. “Cuando un cuerpo se siente asustado, quiere gritar, correr, saltar…” dice mientras baila y vuelve la celebración a sus cantos y júbilo eufórico. “El Jaré es donde todo lo imposible puede suceder”, explica una de las mujeres, quien después es poseída por una víctima de antaño para hablar del cuerpo que le fue quitado, para tener una voz.

Cual película de cine de horror, se presenta la historia de un cuchillo enterrado en tierra y mujeres violentadas, silenciadas literalmente con la mutilación de su lengua. “La tierra sangraba, un río de sangre entre nosotros”, señalan en verso mientras el líquido corre sobre la imagen proyectada.

“No quiero mostrar nuestros cuerpos negros ensangrentados sin vida”, “no siento tristeza, yo me vengo al hablar aquí en mis lenguas indígenas”, dicen las mujeres a quienes incluso les han querido quitar el derecho a enterrar a sus muertos en un trozo de suelo.

“No se trata sobre el horror, sino del amor; no del dolor, sino de la continuidad de nuestra lucha”. En la pantalla, las mujeres siguen excavando, no se sabe qué buscan, mientras en la escena se sentencia: “en la tierra, el más fuerte siempre vivirá”.

Algo inesperado ha ocurrido durante el 52 Festival Internacional Cervantino. De Brasil, pocos espectáculos han dejado ver las tradiciones o los problemas sociales en su extenso territorio. No ha habido alegría de muchos colores, ni música festiva, ni bailes… Dicen los gestores de la programación que el país invitado desea salir de los clichés y hacer gala de su innovación y contemporaneidad; ¿es realmente esa la razón? Quizá algo les duele, quizá les avergüenza, quizá no pueden cambiarlo o ¿no quieren? Al menos esta función permitió saber un poco más.

Después del silencio
Christiane Jatahy
22 y 23 de octubre de 2024
Teatro Principal

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