Cuando era niña jugaba, en los parques, con otros niños que no conocía. Nos hacíamos mejores amigos aunque nunca volvíamos a vernos. La extrañeza de qué un encuentro ha trascendido y de su irrepetibilidad en la infancia se nos aparece como algo muy puro y sencillo. Cuando crecí entre a Anda sin Zapathos y tuve esa misma sensación. Sin ningún aviso o introducción, el teatro, se convirtió en un déjà vu que, curiosamente, siempre era nuevo.
Por eso cuando se les ocurrió A ESCENA ABIERTA me pareció que esa experiencia, que yo había tenido al conocerles, no iba a ser exclusiva de mis ensoñaciones y recuerdos porque de principio la idea que permeaba sobre el festival era que fuese de ARTE ESCÉNICO. Así: sin frontera, sin lugar (como su edición de este año). No por eso fue el nombre pero ahora (a mis ojos) hace ese sentido. Para quienes son y han sido parte del evento así ha sido.
He visto gente de Argentina, de Colombia, de Perú, de Chile. Pero también de Guanajuato, de Baja California, de Veracruz, de Monterrey, del Centro del País. Personas que, posiblemente, no habría conocido o siquiera visto cruzar o escuchar si no fuera porque un escenario los reunió. Uno abierto, imagino, porque sin importar los acentos, los regionalismos, las filias y las fobias, existe. Es decir, es.
Muchas veces, cuando pienso en el Teatro, ignoro cómo definirlo. Y pocas veces me he atrevido a configurar una tesis porque siempre me parecerá es demasiado cuadrada o mal dicha para poder decir lo que, efectivamente, pueda ser. Sin embargo, cada vez más, supongo que lo inefable tiene su poder, de hecho, en ésta posibilidad de remitir o señalar algo que se siente verdadero. Y por eso escribo sobre Anda sin Zapathos y sobre A Escena Abierta.
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