DéjaVu por Lorena Galván

Como si la cama la hubiera vomitado, saltó fuera de las cobijas. Había tenido un sueño, donde el secreto le era por fin revelado. Cogió la bata de su silla y salió por la puerta. Mientras se vestía apuradamente y bajaba las escaleras se sintió sorprendida. En el sueño hacía exactamente eso. En el sueño, cogía su bata de la silla, salía por la puerta y bajaba las escaleras como lo estaba haciendo ahora. Durante meses, ella no había podido escribir una sola página con la que estuviera conforme. Cada noche peleando con la máquina de escribir… Se apresuró por el pasillo, donde halló al perro durmiendo sobre el piso de madera. El corazón le dio de saltos cuando éste despertó y comenzó a seguirla, tal y como había ocurrido en su sueño. Atravesó junto con su perro la quietud de la sala dormida, pensando. ¿Acaso era posible? Incrédula pero sin nada que perder, había estado encendiendo velas tal y como se lo indicó el viejo de la tienda esotérica. Realmente había asistido para complacer las insistencias de su hermana, pero ahora, el sueño estaba resultando en una epifanía. Cuando entró al estudio, miró el vaso de agua junto a la máquina de escribir, en el mismo lugar donde lo había soñado. Con el espíritu exaltado por la emoción, se sentó en la silla de cuero y respiró profundamente. Lo siguiente en su sueño era que ella abría la puerta de su escritorio, y con un abrecartas desprendía una de las maderas dentro del mueble. Era un compartimiento secreto, donde se encontraba un papel, un papel conteniendo las palabras exactas, las llaves de su inspiración. Aquella noche su abrupto despertar le había impedido leerlas, pero ahora, el sueño cobraba vida frente a sus ojos. Miró la desafiante puerta del escritorio. Cogió el abrecartas junto a la lámpara. Volteó hacia su perro, que la miraba de pie desde la puerta. Respiró profundo, abrió finalmente la puerta, y encajó el abrecartas en la madera como había hecho en su sueño. El pedazo comenzó a desprenderse. Terminó de quitarlo con las manos.

Sentada sobre la fría silla de cuero y apretando los puños, sintió unas lágrimas escapando por sus mejillas. Tomó sus manos vacías y las puso sobre las teclas. Escribió: Como si la cama la hubiera vomitado, saltó fuera de las cobijas.

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