Del bienestar a la voracidad social de las emociones Irma Ximena Fernández Romo

/

¿Recuerdan cómo es que el tabú de la sexualidad provocó que la sociedad creyera que estaba mal realizar, pensar, o hablar cualquier acto que involucrara nuestro placer? La censura era tal que, debíamos esconder en secreto nuestra sexualidad, incluso tuvimos que buscar sinónimos, o analogías, para hacer referencia del tema. La censura no sólo se ha presentado en nuestros cuerpos, sino también en la prohibición emocional: que afecta a todos, a pesar de que hay quienes logran equilibrar sus sentimientos. Incluso vimos como villano al personaje que es el antónimo de la felicidad, el cual hemos nombramos con la palabra tristeza.

Salimos al mundo de la industrialización de la felicidad, recién expresamos tristeza y nos dan palabras como: sadboy, emo, depresivo, tristeza (como el personaje y no la emoción) y un sinfín de calificativos que nos recuerdan sutilmente que hay algo malo en nosotros por no ser felices todo el tiempo. ¡Vaya! Que cansado es tener que recibir descripciones de nuestro cuerpo, nuestro nivel económico, nuestro género, orientación sexual, nuestros gustos, personalidad, y ahora agregarle un juicio a nuestras emociones acompañado del característico “échale ganas”; es lógico, estar mal es la ausencia del bienestar, pero nadie nos dice que sentirse mal está bien.

No me mal entiendan, siempre he sabido que el mundo es voraz, exigente e insaciable, no sólo en un materialismo, sino también en los conceptos intangibles y subjetivos, que parten de nuestros discursos internos. No trato explicarles que es el momento de hacer lo contrario, y generar una industrialización de la tristeza; ni que caigamos en llevar todo a los extremos, engrandeciendo nuestros síntomas sociales para vivir en malestar eternamente, mi punto e inquietud es el temor a no ser perfectos y tener incomodidades.

Supongo que entendimos que, la utopía es ficción, y lo menciono porque sería una locura estar bien todo el tiempo, o que abracemos nuestra tristeza al nivel de aferrarnos. Necesitamos de la incomodidad para movernos, entonces ¿Por qué tememos a nuestra tristeza? Hemos significado lo que sentimos como algo prolongado que, nos caracteriza y nos define, cuando en realidad somos un conjunto de todo. No solo somos blanco y negro, somos una paleta de colores. No podremos con la insaciable demanda de estar bien todo el tiempo, es momento de aceptar el equilibrio de la polaridad de la tristeza y la felicidad.

Historia Anterior

Feminismo con Glitter Por Diana Cortes

Siguiente Historia

Paso demasiado tiempo en redes sociales ARANTZA POL