A Sarita, of course
Cuando uno es niño, digamos que cursando la educación básica, la vida se reduce a las vacaciones, y en el hemisferio norte, a tres periodos anuales: invierno, Semana santa, y verano. Así, esos días de descanso representan para la infancia todo menos eso, representan aventuras, cursos, talleres, jugar, leer, recrearse, viajar y por qué no, conocer el amor. Esa es la vida, dormir, jugar, ir a la escuela, comer, jugar más, y sanseacabó.
Hace un par de años se estrenó la caricatura Phineas y Ferb, una serie de dibujos animados formulaica, didáctica y de gags amenos cuya quitaesencia rodeaba los instantes empleados para aprender, divertirse y aprovechar antes del regreso a la escuela y consigo, la succión del tiempo para recrearse. Así, en esa caricatura cada episodio representaba un día libre para construir, salvar al mundo inconscientemente o crecer al lado de los amigos. También, poco después, se estrenó una de las caricaturas de culto del siglo XXI, Gravity Falls, cuya anécdota era similar: dos hermanos gemelos que visitaban al Tío-Abuelo Stan Pines en el misterioso pueblo de Gravity Falls, Oregon durante las vacaciones de verano. Casos sobran en la literatura o el cine, el tiempo libre para la juventud siempre ha sido visto como sinónimo de ocio y aventura.
Desde niños, entonces, nuestro calendario físico se ha subordinado a tales periodos; pensemos en estas frases recurrentes: “Ya mero vienen las vacaciones”, “ya mero es el fin de semana largo”, “Enero-junio es el semestre chiquito”, “Ya quiero que sea diciembre”, “ya mero salimos”.
En la historia del hombre moderno, construida por una serie de procesos civilizatorios, el domingo, día del señor, ha adquirido un valor sacro: en los domingos se descansa, se recrea, cierran los negocios más temprano, se vende -en algunos sitios- alcohol a la hora límite de las 6 pm. Los domingos se asiste a misa, o a festejos. Los domingos se desayuna menudo o barbacoa (acá en el norte), el domingo es el día de la familia, el día para estar en casa, el resto, conforme a los roles familiares tradicionales, trabajar, acudir a la escuela, y demás. El domingo ha sido impuesto como el absoluto día para relajarse, para levantarse sin usar el despertador, para salir a pasear, para olvidar el trabajo, para mirar películas o ver programas en familia.
¿Y qué decir de las vacaciones? Regulada por la tradición judeocristiana, los holidays mexicanos competentes a la semana santa se refieren a la culminación de la Cuaresma, comenzando con el miércoles de ceniza y finalizando con el domingo de resurección. Época de guardarse, de ayunar, de estar todos los días acudiendo al tempo. El tradicional Vía-Crucis, el domingo de Ramos, etecé, etecé. Irónico y contrastante que aunque aquellos días de la semana se le otorgan a los trabajadores promedio, es preferido por la gente utilizar la semana santa para viajar, pasearse o en el integrado de todo, dormir como nunca.
En México, además de los puentes obligatorios (1ro de enero, 21 de marzo, 5 de mayo, etc.) el empleado tiene derecho a 6 días laborales de descanso que incrementan 1 día por cada año que trabaja. Contrastémoslo con el mes que se le da a los empleados alemanes.
El godín debe trabajar en verano, en semana santa y en los cumpleaños que no caen en fin de semana. El freelancer ha alterado su reloj primitivo de niño y disfruta periodos largos de descanso y periodos desenfrenados de trabajo. El operador de call-center trabaja todo el tiempo con el sueño de inflar sus arcas para salir de ese trabajo soul-drainer. El vendedor trabaja especialmente en vacaciones por ser temporadas altas, el profesor descansa pero se lleva mil pendientes al hogar.
Conforme uno va creciendo, vacacionar pierde ese encanto de aventuras, los días de vacaciones dejan de ser ese tiempo absoluto, y se convierten en una finalidad, en una espera lenta. Al ir madurando e incrustándose al mundo de los adultos, se extraña el finde, se anhelan los puentes… se sueña con trabajar y trabajar para pagarse un buen viaje o hibernar viendo series y comiendo chucherías. Cambian las prioridades, el cuerpo exige, precisamente, un descanso, un respiro, un desestrés. ¿Por qué debemos racionar nuestro tiempo de sobra y destinarlo a cosas ´productivas´? Nos arrancaron del edén y quedamos condenados a pelear por el pan que pondremos en la mesa. Estamos condenados a hacer algo; falta reflexionar sobre esa chispa, ese encanto, esa motivación, nuestro perpetuo sueño del paraíso, o de la jubilación, o del retiro; horizonte que nuestra generación ve tan lejano. Falta reflexionar sobre los viajes, sobre el sueño de conocer el mundo, sobre conquistar nuevas fronteras. Vacaciones, un tiempo para todo.
Exijo que regresemos, al menos en deseos, a esa época gentil de cuando éramos niños, de cuando queríamos descubrir el mundo, cuando queríamos reinventarnos y cuando los días de descanso eran para ver a nuestros seres queridos, amigos, familia, hermanos. No dejemos que la vida utilitaria rompa nuestras ilusiones; la vida está más allá de una oficina, lo supimos cuando éramos pequeños. La vida, o gran parte del misterio de la misma, radica en la esencia del viaje. Así, usemos esos instantes de los días de descanso para hacer justamente lo que se nos pegue la gana, si dormir, si comer, si ir a la playa, si visitar un pueblo mágico, si enclaustrarse, si salir con los amigos, si visitar un museo, si ir a algún bar, si estar con la familia, si pasar tiempo con ella, lo que sea, todo se vale, menos dejar que la vida gris te consuma mientras el mundo, allí afuera, gira.