‘Dibujar la tristeza’ Daniel Johnston o el Fantasma Amistoso por Mixar López

 

Careless soul, oh, heed the warning


For your life will soon be gone


Oh, how sad to face the judgment


Unprepared to meet your God

Careless soul, Daniel Johnston

 

Probablemente ‘Casper’ (‘Gasparín’) sea el primer fantasma en pantalla de tamaño infantil, es decir, la primera caricatura del espíritu de un niño; eso no es poco, porque para Casper, morir, convertirse en fantasma, significa vagar por el mundo de acuerdo con una segunda inocencia: no la inocencia del recién nacido, sino la inocencia que se consigue haciendo opciones consecuentes para poder liberarse del mundo.

         La afinidad del músico Daniel Johnston por este personaje creció cuando viajaba en la avioneta de su padre y tuvo un ataque psicótico que lo llevó a pensar que era el fantasma amistoso. Johnston arrojó las llaves de la avioneta por la ventana en pleno vuelo. Al final, su padre logró enderezar el aparato y aterrizar en el bosque. Daniel sería recluido en un hospital psiquiátrico.

         Daniel Johnston hablaba de su persona como si fuera un niño que olvidó crecer y que pasa todo el tiempo escribiendo canciones y dibujando, las composiciones que surgían a partir de esa inadvertencia         de criterio eran compulsivas, notas para paliar el dolor y la amargura de las fechas, anestesia y compulsión, eufonía porque sí, sin ninguna intención comercial ni estrictamente musical, que aunque precedió al género Grunge –y al Indie, incluyendo otras variantes–, sus arreglos fueron considerados como “Naif”, ya que componía en un piano que él mismo aprendió a tocar; coqueteaba con la guitarra, grababa casettes sin necesidad de estudio e ilustraba él mismo las portadas para después repartirlos entre sus seres queridos. Un mártir del Do It Yourself.

         En Daniel Johnston converge un sentimiento completamente inaudito para la época –como las viñetas de Casper–, una tristeza virgen, jamás registrada en cintas magnéticas, la soledad de un joven que aún no alcanza la madurez pero que el mundo ya lo ha roto en pedazos y lo ha vuelto a unir con cinta adhesiva cual florero de porcelana en la casa de tus padres; pero no quedaría del todo bien, las fisuras permanecerían para siempre expuestas. Esa es la riqueza en la música de Daniel, que no hay nada impostado, que todo es real: una herida a flor de piel, una cirugía a corazón abierto, una craneotomía, un exorcismo; todo dentro de una canción de dos minutos con doce segundos como “Something Last a Long Time” o en un tema completamente plañidero –en el buen oficio– como “Careless Soul”, piezas de una sencillez inquietante, en donde se puede escuchar a Johnston llorar, carraspear y desafinar; son temas puros, con todo y margen de error, en los que se resuelve una mitología personal, la del adolescente frente al desamor, la del adolescente frente al Diablo y de reveses a Dios, ese dolor auténtico disfrazado de canciones le valdría al músico ser covereado por artistas de la estratosfera como Tom Waits, Beck, Wilco, David Bowie, Karen O, entre otros, y de bandas independientes: ‘Tv on the Radio’, ‘Bright Eyes’, ‘Beach House’, ‘Death Cab For Cutie’ y ‘Teenage Fan Club’. La verdad es eminente. Todos suenan falsos.

         Son pocos los que conocen el trabajo musical de Daniel Johnston, parece ser la piedra filosofal de la eufonía underground de todo el mundo, que de no ser por la publicidad de Kurt Cobain, quizás aún seguiría inexplorado. Apenas una minoría conoce la obra gráfica de este compositor –a parte de sus portadas–, un universo creativo que ablanda aún mucho más el de por sí mitigado Pop Art. Trazos en los que deambulan personajes de la infancia de todos: El Increíble Hulk, El Capitán América y Casper, además de otros provenientes de su cosecha: La Rana Jeremiah –alter ego–, Joe el Boxeador, Polka Dot Underwear, El Ojo del Perro Muerto y El Pez Cristiano, pero quizás el personaje más destacado de toda su obra sea Laurie Allen, su obsesión no correspondida y amor imposible, una chica que estaba ya comprometida con el trabajador de una funeraria. En 2012, ‘La Casa Encendida de Madrid’ le dedicó la exposición “Visiones Simbólicas. Una mirada al universo de Daniel Johnston”, en la que se exhibieron las angustias, pasiones y obsesiones del artista llevadas al papel.

         Daniel Johnston puso el dedo en la llaga, era incrédulo y a la vez devoto. Jugaba al ajedrez tanto con Dios como con Satán, eran viejos amigos. Conocía bien la hora precisa del día plomizo para comunicarse con los espectros todos del desamor y el olvido, para sintonizar conversaciones por radio con los perdedores y rotos de corazón, se unió en dolorosa alquimia con los locos, los indigentes y todos aquellos hombres enfermos y solitarios que a los 58 años aún viven en casa de sus padres. Daniel Johnston fue y seguirá siendo el Santo Patrono de todos los raros, los desiguales hijos de Eva, los buscadores de la verdad y el afecto puro, los zapatos inquietos, el hijo enfermo, el niño marginado, canalizado a las aguas negras del subsuelo, donde emerge todo lo que contamina al mundo rosa de las ciudades grandes… la voz temblona que lo fragmenta todo.

         El pasado 11 de septiembre, Daniel Johnston falleció debido a un ataque al corazón, padecía trastorno bipolar y esquizofrenia. Publicó su último disco en 2012 (‘Space Ducks: Soundtrack’) y se subió por última vez a los escenarios en 2017. Por fin, Johnston se convertiría en su referente, el fantasma que algún día intentó estrellar la avioneta de su padre, el fantasma que todo lo ve y todo lo siente, un espectro atípico que al igual que el de Oscar Wilde, no busca atemorizar sino sanar, pero como pasa al final de los dibujos animados, todos quedarían pavorosamente horrorizados.

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