DIOS Y YO TENEMOS UN TRATO, AUNQUE NO TENGA RELIGIÓN Leslie Marlene

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Le pedí a Dios que me mandara pruebas que me hicieran más fuerte. Que me doliera lo necesario, y no por masoquismo, más bien porque así es como ahora sé lo que sé. Nadie se cree que tenga 22 años. No, porque hablo como si ya hubiera pasado de todo, y tal vez sí he vivido muy rápido, tal vez no tenía miedo de acelerar porque no creía en la muerte hasta que mi persona favorita ya no despertó. Entonces lo supe. No hay tiempo. No me puedo callar todo lo que pienso, lo que siento, no puedo esperar a mañana, no puedo ignorar mi instinto. Me encuentro cuando me encierro en mí, y en mi catarsis. Cuando las escaleras de cristal de mi corazón ascienden al universo que habita en mí, y me pregunto de dónde viene esta necesidad de ser yo, de querer ser valiente, aunque soy tan vulnerable, tan humana. Me han dicho tantas veces que me vaya con cuidado por la vida que perdí la cuenta, tal vez lo único que quiero es vivir, y a veces el costo es muy alto, pero puedo y lo hago. A veces me encuentro a mí misma en medio de una multitud, y no sé de dónde vienen todos los pensamientos tan inhumanos, a veces se me olvida que el humano es hijo de puta, a veces quiero cambiar el mundo y avisarles a todos esos que la ley de causa y efecto no tiene fuero, que a todos les cobra hasta tres veces más.

Me despegué del rencor de todas las veces que me rompieron el corazón, porque elegí mal, y también fue culpa mía no ser ágil para enamorarme al menos con un poco de razón. Porque sí es necesario. Porque solo busqué algo de protección y tenía al enemigo en casa. El reto ahora es no olvidar lo que tengo, lo que soy, y lo que comparto. No regalar mi energía, no apagarme. Quiero a quien quiere entenderme, quien quiere quererme así como soy; no quien busca facetas para su conveniencia. Quiero a quien es valiente, no puedo perder más días, no me puedo perder si no es por convicción propia porque a veces es necesario.

Ser yo ha tenido un precio, aunque he estado algo jodida, debo admitir que no estoy arrepentida. No tengo una religión, pero creo que, de alguna manera, el ser supremo y yo estamos de acuerdo en que yo no le miento; él me pone a prueba una y otra vez, por eso sé que soy fuerte. Así que aquí viene un poco de lo que voy a contarles: ya sin miedo, ya sin rencor, porque yo no voy a cargar la mierda de otros, porque me quiero.

Viví con alguien que nunca entendió cómo funcionaba mi corazón, ni mi amor por el arte, o mis canciones. En casa mi padre me golpeó sin remordimiento, leí un día que “Como te amaron, amas”, pero yo amo con intensidad.

La violencia en casa me provocó ser una adolescente insegura, con problemas alimenticios y  temas de autolesiones. Mamá tenía miedo de entrar a mi recámara y toparse con algo, no sé qué, no estoy segura. Me hice tanto daño, que lo único que me rescató fueron mis ganas de amar la vida. Me fui de casa muy joven,  me advirtieron que había gente que se aprovecharía de mí; pero creí que podría lidiar con todo lo que me pusieran en frente. Resultó que, en una noche que me pasé de copas, alguien entró a mi departamento mintiéndome y me trató como si no valiera nada: como si mi cuerpo fuera para su satisfacción. Me sentí nada. Tan invadida. Tan sola. No pude estar con alguien más en mucho tiempo. No pude alzar la voz porque no sabía qué tanto había cruzado la línea. Así que me llevó un tiempo entender que ya nadie podría abusar de mí, que nadie más me usaría, que él merecía todo lo malo.

Quizá cuando alguien me conoce no imagina mi pasado, porque lo que me ha sucedido no va a ser mi condena. No pienso pagar por otros. No van a ser ellos los que se adueñen de mis noches de insomnio, ni que me llenen de miedo o rencor. Ellos no me definen. Soy más que eso. Decidí hacerme la vida bonita. Esta soy yo inventándome, tan fuerte, tan valiente, con muchas historias, con mucho futuro y con más amor que nunca. Así que aquí comienzan las crónicas de una mujer fuerte.

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