Me puse a ordenar la pila de documentos que vomitaban en mi escritorio y que ya estorbaban la visión de la pantalla de la computadora, los dejé que se amontonaran- supongo- porque había espacio suficiente y además quería tenerlos a la mano por cualquier ocasión en que me fuesen solicitados, así no tendría que hurgar en los otros dos lugares de la casa donde guardo todo tipo de papeles que son más viejos aún, que han perdido vigencia y utilidad pero no por ello importancia.
No hace falta escribir una lista de razones para dejar que los documentos se acumulen en los espacios de uso cotidiano si se tiene presente que a la gran mayoría de los lugares a los que vamos y en los que nos movemos, sólo se tiene acceso mediante aquellos papeles y credenciales que nos identifican, que contienen los datos necesarios que le hacen posible a otro nombrarnos y reconocernos: "El papelito habla", suelen decir, y a su vez nosotros dejamos que hable por nosotros. Visto de esta forma (a la que no pude evitar llegar), me parece una tragedia, una barbarie incontrolable que me hizo preguntarme en qué término queda la palabra cuando esta se encuentra comprometida a un pedazo de papel, cuando de él depende que no seamos tomados por farsantes, mentirosos, locos o impostores.
Es como si estuviéramos atrapados en cada uno de los cuatro lados de un oficio, un informe o un diploma; es en estas demarcaciones, en esta burocracia de papeleo de donde cuelga nuestra visibilidad, de la que depende que seamos cuerdos y calificados para ciertos trabajos, que dan testimonio de que tenemos un nombre, una dirección o que poseemos buena o mala salud; es eso lo que dicen de nosotros y es lo que los otros toman de uno. Mis padres colocaron mi título universitario en la sala de la casa, sé que están orgullosos de ello pero sé también que esa hoja enmarcada no soy yo, no me representa y no dice mucho de mí.
¿Cómo hacer para que antes que el documento sea verídica la mirada o la palabra?, ¿cómo lograr que de ello no dependa la imagen que de mí se hace otro, ese otro que siempre parece tener necesidad de revisar, validar y comprobar mis documentos?
¡Nada!, una lucha diaria, una tarea constante para que los actos y las palabras estén por encima de estas cosas que puedo quemar para que no se sepa mi identidad, porque no es posible que valgan más, que tengan la última y también la primer palabra. Si bien ambos, tanto la palabra como el papel son efímeros, no debíamos construirnos bajo techos materiales.
Lo que digo no significa que esté necesitada de ser reconocida o que esté pidiendo a gritos que sólo haya buenas referencias de mí, que quiero que los demás me vean con buenos ojos, es que en ese momento en que estuve rodeada de sin fin de carpetas, de hojas sueltas y engargoladas, reconocí cierto miedo y repugnancia al mirarme como un número de registro, un número de turno, una hoja sellada y firmada.
Hallé documentos escolares, recibos de luz, millones de copias del acta de nacimiento, del curp, una pila de currículums impresos que bien tapizarían las cuatro paredes de la recámara, millones de hojas basura que había estado rehusando tirar por desidia, por evitar deshacerme de cosas al calor de un momento del que tal vez después llegara a arrepentirme, porque luego- pensaba- tal vez luego, los necesite- pero habían estado ahí cerca de tres o cuatro años acumulándose, aumentando la pila, recordándome que para ciertas cosas en esta vida se requiere de un trámite.
Primero separé aquellos que decidí que aún debo tener de los que ya carecen de razón de ser, también dejé aquellos en los que gasté varias horas o días de mi vida dedicada a obtenerlos; al final no me sorprendió que la pila mayor fuera la de los documentos inservibles, los que sólo me "enchinchaban"; me detuve en aquellos en donde había anotado citas de libros, también los tiré pero no los rompí, pensé que tal vez alguien los hallaría. Por lo menos había encontrado entre todos los papeles esta idea romántica para entretenerme.
-Documentación, documento, documentar, docs: para actos, fechas, conclusiones, eventos y sucesos- dije mientras rompía en pedacitos y con todo placer los inservibles. ¿Qué o quiénes somos sin documentos, si hasta la muerte y la vida deben quedar registradas? me lamento por esa omnipresente definición burocrática de nosotros, de la que hasta los animales no se salvan. Pienso en los tantos días gastados en obtener documentos que luego quedarán archivados en viejas cajas de oficinas gubernamentales formando parte del archivo muerto, como muerto también lo estará uno; es así como es, es así como funciona.
Al enfrentar todos esos papeles me pareció que también enfrentaba la definición que ellos hacían de mí, lo que querían decir de mí y que otros toman. Lo vi como un ring de lucha libre, en donde en una esquina está ese que los documentos dicen que somos y en la otra el que en realidad somos; aunque nunca sepamos bien quién es ese que somos, le voy en todo momento a este último porque siempre será el más real.
Terminando de separar, romper y limpiar, me quedé con muy pocas carpetas sobre el escritorio, están sólo los documentos que aún considero prudente que se queden. Habrá que ver qué tanto comprometí mi existencia allá afuera.