A veces me siento un adulto poco funcional. Se me rompe el lavabo, tengo una fuga en la estufa, se me olvida pagar la luz. Pienso que si me encontrarán ahogada en mi casa por mi boiler descompuesto pensarían que fue un suicido en torno a lo poético pero no sobre mi torpeza. El futuro me ahogo, escribirían en mi epitafio. No estoy deprimida (por si lo pareciera). Estoy más bien contrariada por la rapidez con la ocurre todo en el transcurso de cada hora y de cada mes y de cada año que ya dejo de ser hace mucho 2016 aunque yo lo siga escribiendo como la fecha en mi libreta. Cuando era niña en un canal pasaban una película sobre unos niños que se quedaban forzosamente dos años de vacaciones. Ya de grande supe que se trataba de una novela de Julio Verne. En ella quince niños quedaban como náufragos en una isla inhóspita después de un huracán. Yo creo últimamente saludo a la marea y a la ola y que quizá estoy aprendiendo a nadar.
Dos años de vacaciones por Gabriela Cano
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