“Un poquito malo…¿Pero no es eso lo que encanta a las chicas?”
Dianne, Transpoitting
Hace tiempo escuche en un programa de radio a un periodista decir: “No conozco a ningún ex gobernador pobre”, la frase no ha dejado de resonar en mi cabeza en días recientes. En mi opinión, por alguna razón quizá cultural, los mexicanos asociamos el poder al dinero, y la abundancia de este último se explica casi siempre mediante actos de corrupción.
Es precipitado pero con base en lo anterior se puede concluir que todos detestamos a los corruptos, pero nuestra motivación material concede tolerancia a las actitudes deshonestas, sobre todo si nos vemos beneficiados y en el proceso resultamos libres de acusaciones: una manera rebuscada de decir que “el que no tranza no avanza”.
Los recientes escándalos y procesos judiciales en los que se han visto envueltos un gran número de gobernadores y ex funcionarios son tan solo el aire gélido que rodea a la punta del iceberg de la impunidad. En esta ocasión el enemigo público es una figura bonachona, torpe y por demás fácil de ridiculizar cuyo nombre es Javier, pero en todas las Entidades, desde que el ejercicio de gobierno se institucionalizó, el poder político se fusiona con el poder económico en una simbiosis nociva y perversa.
Puerco, cerdo, marrano, ratero, bandido… los he leído todos, todos y cada uno de los adjetivos utilizados para referirse a Javier, y he llegado a la conclusión de que ninguno será suficiente para que la gente sienta que el repudio ha quedado plenamente de manifiesto y con ello, se logre mitigar el odio que a los mexicanos consume. Muchos que hoy niegan haberlo conocido, de alguna u otra forma recibieron un beneficio; al final del día, Javier se quedará sin amigos, subordinados y todos los aduladores que toleraron sus despilfarros. La ironía es perfecta pues tenemos que reconocer que el tiempo que pase en prisión no servirá para reponer el daño al erario; sus excesos los pagaremos todos, en especial aquellos que tenemos un interés genuino por participar en la política.
Javier es uno de cientos, quizá miles de beneficiarios de una aberrante lista de corruptos vinculados a la política. Lo anterior no quiere decir que sólo los malos políticos roben; es propenso a la corrupción de igual manera el empresario, el policía, el piloto del avión y el vendedor ambulante, lo que nos escandaliza es que, al ser nuestra débil Democracia un juego de percepción, la justicia es confundida con escrutinio público y la búsqueda de la verdad se transforma en un juego de filias y fobias partidistas para identificar “quién es el menos peor”.
Sé que es incorrecto incitar a la violencia pero al decir que Duarte debe morir, me refiero al concepto que se ha impuesto a la persona, a la lista de atributos que no son exclusivos del ex gobernante que vivía en la abundancia y que actualmente es humillado en Guatemala. Duarte, utilizado así, como sustantivo, debe ser referido para expresar codicia, avaricia, ambición, incluso gula… sé que parece sermón dominical pero lo que debe de ocuparnos no es ganar la próxima elección, sino extirpar del sistema político la larga lista de conductas nefastas de las que los Duarte, Yarrington, Ebrard, Padrés, Reynoso Femat, Orozco Sandoval y un largo etcétera nos han dado cátedra.