Mucho hemos visto en los últimos años en las redes sociales; cosas que nos han maravillado y otras que nos han horrorizado. Son tiempos del Homo Videns, ser que vive de la imagen y la experiencia audiovisual y digital que lo acerca a lugares inimaginables; tanto en el plano físico como en el psicológico e incluso espiritual.
Iniciamos el año con mucha preocupación al ver en las redes sociales que Ecuador se encontraba en una crisis de seguridad severa. Nos impactó ver imágenes de un canal de televisión siendo tomado por civiles armados en plena transmisión. Ver estudiantes haciendo barricadas y huyendo de las universidades tras sufrir ataques terroristas por grupos armados de la mafia.
La violencia desmedida que las pandillas y los cárteles de la droga llegaron a ser objeto de escrutinio internacional cuando, en agosto del año pasado, fue asesinado el candidato presidencial Fernando Villavicencio luego de un mitin político. Hace unos días, el recién electo presidente, Daniel Noboa, declaró a su país en latente conflicto armado interno. El Estado ecuatoriano les declaró la guerra a las bandas del crimen organizado con nombre y apellido.
¿Qué pasó en Ecuador? ¿Por qué la violencia desmedida en uno de los lugares que eran considerados más seguros de América Latina? Según varios especialistas en seguridad y política ecuatoriana, el crecimiento de la violencia criminal se debe a la legalización de las bandas y pandillas urbanas en tiempos del correísmo. Rafael Correa, quien gobernó el país durante 10 años, de 2007 a 2017, dolarizó su nación e implementó un programa inédito en el que buscó combatir la violencia desarticulando a las organizaciones criminales desde dentro; legalizándolas y apoyándolas para trabajar, educarse e insertarse en la sociedad. Algo así como la fantasía o estrategia del presidente de México de «abrazos, no balazos».
De acuerdo con el Banco Mundial, Ecuador pasó de tener 18 homicidios por cada 100.000 habitantes a solamente 6 desde 2008 hasta 2018. A simple vista, podría decirse que la estrategia funcionó en el corto y mediano plazo, pero a largo plazo provocó que las bandas y organizaciones criminales se infiltraran hasta en los niveles más altos del gobierno de Quito. La intromisión y legalización de estos grupos entregó al Estado a organizaciones ligadas con cárteles de la droga mexicanos y colombianos. Es el caso de los Latin Kings, que durante la primera década del 2000 recibieron la categoría de “grupo juvenil urbano”, incluso algunos de sus miembros llegaron a ser asambleístas del Poder Legislativo ecuatoriano. Hoy este grupo es reconocido como una organización terrorista por el gobierno de Noboa.
En México, durante el calderonato, el peñato y lo que llevamos del gobierno fallido de la 4T, vivimos una política de control policial y militar similar a la que en estos momentos se implementa en todo Ecuador. No es extraño para nosotros ver militares en las calles ni tampoco enfrentándose a civiles armados. La presencia del crimen organizado en Latinoamérica es preocupante y su combate debe ser ya abordado desde una perspectiva regional con los actores internacionales involucrados. Y sí, hablo de Estados Unidos y los países de la región de Centro y Sudamérica.
Si seguimos apostando solamente a opciones militares y policiales y no lo hacemos por la cooperación internacional para el desarrollo en materia de seguridad, bienestar, economía y educación, muy difícilmente podremos salir de este bache -que más que uno parece un callejón sin salida- que significa ser prisionero del crimen organizado. De acuerdo con la experiencia vivida en México y Colombia y la que ahora experimenta Ecuador, debe existir una balanza entre ambas estrategias.
Seguridad sin miedo y cooperación y apoyo sin ser ingenuos ni entreguistas.
¡Fuerza a todos los ecuatorianos!
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