EL AMOR A PARTIR DEL DOLOR Adrián Martínez

No hay persona en el mundo, que no haya experimentado las sensaciones que causa aquello, que la humanidad ha denominado como “amor”.  En cada etapa de la historia, -y a través de la mirada de varias disciplinas- se ha tratado de definir, lo que nosotros entendemos por amor. Para Platón; el amor es algo que se balancea entre el poseer y el no poseer. Para Freud, es el instinto de vida que permite la preservación a través del deseo sexual; mientras que, para Jean Paul Sartre, es una función irrealizante, irracional y que forma parte de algo “mágico”. Si el amor ha sido tema de grandes pensadores, es porque los sentimientos que lo envuelven,  guían nuestras acciones y la forma en la que nos posicionamos frente al mundo.

Al respecto, cada una de las definiciones anteriores se presentan de forma general y tratan de evitar las particularidades que llevarían a relativizar un concepto tan amplio; que, si bien, se construye bajo diversas objetividades, -lo que le da vitalidad al amor- es el mundo de las sensaciones subjetivas que genera en cada persona: como la felicidad, el asombro, el placer y el dolor.

A diferencia de lo que muchas personas creen, el dolor no es contrario al amor, sino que el dolor es solo una extensión de ese mismo amor. Esa es la tesis central que tratará de defenderse en las siguientes líneas. No se buscará en ningún momento dar una definición concreta de lo que es el amor, sino de comprender cual es la función del dolor como intencionalidad a partir del amor. Además, sostengo que cualquier intento racional por tratar de definir el amor terminará mal, ya que el amor se encuentra más cerca de la locura que de la propia razón, por eso resulta tan difícil encontrar las palabras correctas cuando se siente cariño por el otro.

Para entrar en materia debemos comenzar por explicar una cuestión: lo contrario al amor no es el dolor, es la indiferencia. Donde hay amor hay siempre un deseo que busca ser reconocido ya sea de manera directa o indirecta. La indiferencia es todo lo contrario: no tiene la intención de que otro sujeto le reconozca, sólo desaparecer de su círculo de relación inmediata. La indiferencia es inacción. La indiferencia no propone construir un mundo, sino solo verlo pasar sin ninguna preocupación. La indiferencia no encuentra relación entre el sentir individual y lo que acontece alrededor; por eso, a muchas personas no les duele ver a niñas y niños trabajando en semáforos, animales abandonados y ecosistemas destruidos. A diferencia de ello, el amor propone y siempre está latente de una forma u otra buscando accionar. Hemos entendido que amar es luchar por el débil y por la protección de quien nos mueve fibras sensibles, pero también es dotar de herramientas al desamparado para que pueda luchar por sus propios intereses y dejar ser libre a quien se ama.

Por tal motivo, lo que hace que el amor sea tan inexplicable, no es la misma indiferencia, -pues la indiferencia lo explica de forma concreta-; lo que hace que el amor sea tan incomprendido, es el dolor de no saber que es parte inseparable del mismo.

Sabemos perfectamente que gracias a la ciencia nuestras emociones tienen una explicación química y científica; si alguien padece de algún trastorno mental, se le receta una serie de medicamentos para reducir químicos en el organismo que ocasionan tales aflicciones. Lo peligroso de esto desde mi perspectiva, es que muchas de estas enfermedades son a causa de problemas sociales; es decir, la cura debería estar en el exterior por medios políticos y no verterla al interior.

Ahora, imaginemos que en un futuro podemos comprar en cada farmacia una medicina que nos evitará el dolor a causa de las desdichas del amor. A muchas personas les fascinaría, y se volverían adictos a esa “medicina”, sin embargo, el problema del dolor se puede individualizar, y poco a poco el amor provocado por otra persona, perdería sentido. ¿Qué sentido tiene el amor, si no es una constante presunción a un precipicio inevitable?

Donde hay dolor a causa de amor, hay sentimientos varados en un limbo que buscan latentemente un lugar donde ser acogidos. El dolor siempre acompaña al amor de cerca y en silencio. Por ejemplo, cuando se ama se extraña y ese es el precio que debe pagarse constantemente ante la falta inmediata de ser atendido por esa persona amada, porque extrañar es sufrir por no poseer los medios inmediatos para satisfacer ese deseo activo de entregar amor. El amor es siempre un deseo, pero el deseo no siempre es amor. Se puede desear dinero, autos, fama y sexo casual, pero lo que nos hace desear estas cuestiones no es amor, es un fetichismo estético que busca el placer de ser reconocido por sentimientos ajenos al amor. No está mal, lo que es erróneo es confundir fetichismo con amor.

Hay un punto más que me gustaría tratar -ya mencionado al principio de esta lectura-: el dolor al igual que el amor está más cerca de la locura que de la propia razón. Para el amor no hay respuesta externa que pueda satisfacer una explicación sensata del porqué tal o cual emoción se siente, tampoco para el dolor, por eso, el amor y el dolor son sus propios dilemas y al mismo tiempo su propia respuesta. Ante el embargo de una tragedia como la de perder a un ser querido o el diagnóstico de una enfermedad peligrosa, no pasa por nuestra mente una interpretación lógica del suceso a primer momento, al contrario, nos refugiamos en un por qué interminable, que vuela por nuestra cabeza, tratando de explicar si somos parcial o totalmente culpables de lo que acontece. Este acto nos hace negar al dolor del momento ya que no nos han enseñado a lidiar con él, sino a tratar de huir a toda costa de él y de las sensaciones que provoca.

Cuando una persona está enamorada trata de explicar el porqué de su sentir, se llena la boca de explicaciones superficiales sobre la apariencia y acciones del otro que la hacen sentir de tal forma, sin embargo, nunca hay un punto de satisfacción ante tal explicación, siempre se persigue al porqué bajo diferentes palabras y emociones tratando de encontrar esa sensación que delimite algo que no puede ser delimitado precisamente porque la parte más excitante del amor desborda toda comprensión de nuestra razón. Esa persecución está llena de locura, -no porque se haga de forma inconsciente o alterada-, sino porque trata de explicar sentimientos subjetivos y contingentes dentro de un absoluto, el amor.

 

Para finalizar esta reflexión, considero que hay palabras que pueden acercarse a esa totalidad, así como un silencio tenue en el momento adecuado:

Amar es sufrir, y sufrir es amar. Sin esta relación estrecha ninguna de estas dos sensaciones tendría sentido, pues, ¿quién extraña a quien ya no le interesa en lo más mínimo? Seguro que nadie. Por eso, el que entrega mucho está destinado a sufrir mucho sin meter en la ecuación la variable del tiempo que siempre es relativa.

Negar al amor y al dolor, es entrar en un laberinto sin fin. Puede ser una de las pocas sentencias que el humano se dé así mismo, -pues hay tantas cosas que salen de nuestras manos- que parece que el amor y el dolor nos pueden ofrecer en sí mismos respuestas certeras a lo inexplicable que parece la cuestión de vivir y sentir.

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