Ayer jugó su primer partido como titular de grandes ligas Yermín Mercedes, después de haber estado ocho años jugando en categorías inferiores y después de que el año pasado lo llamaran como parte de la “escuadra alternativa” (para fines de sustituir probables afectados por el COVID) y que sólo tuviera una aparición en la caja de bateo.
Resulta raro que después de tantos años, no lo hubieran considerado para la “gran carpa” o en su defecto lo hubieran cortado. ¿Para qué tenerlo ocho años en ligas menores? Ayer que lo vi jugar en su debut formal y entendí la razón. Cabe mencionar que logró algo que ningún novato había logrado nunca, y fue conectar cinco hits en sus primeras cinco apariciones.
Mercedes batea como los mejores de otros tiempos. A mí me tocó ver a Pete Rose, Rod Carew, Wade Boggs o Tony Gwynn. Especialmente, ver a Mercedes me hizo recordar a este último, que en siete ocasiones logró batear 5 de 5 en un solo juego. Era otra época, pero, sobre todo era otro béisbol. El béisbol cambió, se adaptó para sobrevivir, es decir, evolucionó; y los jugadores como Mercedes, a pesar de ser extraordinarios, parecen no tener cabida en esta versión moderna del juego.
Por definición la evolución no es una mejora en un sentido de escala de valor, no es consciente, no tiene un sentido. Es simplemente una serie de cambios, de nuevas características, que resultan servir para subsistir más, y por tal motivo llegan para quedarse. Algunos autores han profundizado mucho en el tema de la cultura como fuente de evolución colectiva y de cómo el ser humano ha andado por esos caminos por donde la evolución natural, se convierte en menos natural y en más social.
Pues bien, para mí el béisbol no es una excepción a esta versión de la evolución cultural. Aunque evoquemos aquellos tiempos románticos en que el béisbol era un juego de estrategia complicada, de astucia, de osadía, y de pequeños detalles, hoy en día el béisbol se ha convertido en un espectáculo de fuerza, de parafernalia, de menos jugadas y más poder. Aquellos bateadores imponchables, de altísimos porcentajes pero que no bateaban un jonrón salvo por equivocación, hoy han sido sustituidos por bateadores ocasionales, que batean un hit cada 9 o 10 turnos, pero que la probabilidad de que ese hit sea de cuatro bases es altísima.
Y esto atiende a un fenómeno cultural que los mismos fanáticos hemos provocado; nosotros, los que lloramos porque aquellas épocas románticas ya se fueron. El béisbol, ante todo es un negocio, depende de ingresos generados por el consumo de los fanáticos. Por lo tanto, aquello que genere más ingresos será privilegiado sobre aquello que, aunque sea más complicado, más difícil, más sofisticado, no venda tanto. Reducida la ecuación es: si se paga mas por ver pirotecnia que estrategia, pues le ponen mas pólvora al asunto. Si, aunque digamos que nos gusta la táctica del béisbol, pagamos por tener el jersey del que mas jonrones pega, pues ese tipo de actos condicionan el rumbo del negocio. Nosotros mismo, sin darnos cuenta lo provocamos.
Y así es con muchos aspectos de la vida social. Desde el consciente colectivo tratamos de apoyar cosas que después el inconsciente colectivo se encarga de erosionar. Ideas como la igualdad social en cualquiera de sus acepciones, la justicia, la solidaridad son ampliamente promovidas en lo consciente, pero después nosotros mismo las evitamos en lo inconsciente, en el día a día, en nuestros actos rutinarios menos pensados, como seleccionar que jersey vamos a adquirir. Ahora el béisbol es un fenómeno que nos puede servir de vitrina, al menos para la reflexión, en este sentido. Ya habrá momento para ir tocando otros ejemplos de la evolución cultural.
En fin, celebro la existencia de Yermín Mercedes, su estilo anacrónico, pero fantástico de jugar; y celebro aún más, que haya tenido la oportunidad de mostrarlo en la gran carpa. Ocho años tardó, porque seguro no será el que más vende camisas con su número, ni aquél por el cuál, la gente pague más para ver, pero sin duda es un gran jugador de béisbol, uno de otra especie. Lamentablemente de una especie condenada a la extinción, y que nosotros mismos lo vamos a provocar; pero, aun así nos hace recordar aquella maravillosa época del béisbol.