El Invencible Verano de Liliana Por Sandra Fernandez

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¿Qué cómo es?, bueno, es como una explosión. Sí, de esas que comienzan en el centro de la habitación y lo van consumiendo todo. Pero es una experiencia, más o menos, en cámara lenta. Te va aprisionando de a poco. Te engaña. Te hace creer que todo lo narrado podría tratarse de ti, o de cualquiera que sea cercano. Que el rostro de ella podría ser el de tu hermana, tu amiga, o el tuyo. Retrata a una mujer consternada por las vicisitudes de la cotidianidad: la escuela, el cine, la música… en fin, todo lo que supone una persona de esa edad, con esas características. Alguien a quien quieres, o podrías querer. Y entonces, sin aviso, sucede: la explosión.

Desde el comienzo sabes que pasará. No hay trampas. Pero el cómo es lo que te crispa los nervios. Los saltos temporales son un juego en tu cabeza, comienzas treinta años después. Caminas los pasillos de los tribunales y las oficinas del poder judicial, buscas con desesperación un expediente que está quizá, o quizá no. La sed y el hambre son constancias repetitivas cuando el alimento es la justicia. Después conoces a sus amigos, escuchas desde sus voces quién era ella, cómo era, cómo vestía. El lugar en el que habitaba. Los recuerdos siempre son muchos, la forma en que ella los capturaba en sus memorias lo son también. Las canciones para conocerla mejor, las cartas que enviaba a sus parientes, las cartas sin remitente, y sobre todo, las cartas como herencia de sus propios reclamos.

¿Qué hace entonces una mujer para agrandarse? ¿Cómo borra una mujer el miedo de su vocabulario? Las preguntas hechas son la frase plasmada en el consciente colectivo de todas, vivimos acaparadas por el temor: caminar por la calle una noche, ir con una falda muy corta, vernos demasiado llamativas, parecer en exceso despreocupadas. Pensar que en la mente de un hombre no radica el peligro inminente de saberse presa de cualquiera. Hoy recuerdo con gracia todas las veces que me dijeron que no me vistiera de alguna forma en especial, o que no me maquillara tanto, pienso que de adolescente esas cosas me molestaban, yo sólo quería ser. Y recuerdo cuando en la escuela nos sorprendió a todos la noticia de una alumna que había quedado embarazada de un profesor, y ella relataba cómo había sido víctima de su acoso. A la gente en general no parecía importarle el testimonio de ella, aunque era menor de edad. Para el resto del mundo existía un culpable, o mejor dicho, una culpable: ella. Los santos y los diablos están sentados siempre en sillas equivocadas. Posan sus cuerpos en tronos que no les pertenecen, se regocijan de lo que no son. Y no hay un dios que les ajusticie y les ponga en su lugar.

Decía Camus “en las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior había un verano invencible”, y me pregunto, ¿Será acaso que la muerte la hizo invencible a ella? Es decir, a Liliana. De alguna forma, una oscura, así debió serlo. Ahora leo a su hermana
Cristina, paso mis ojos por las letras que conforman este libro, y siento el poder de su reclamo como una oda invencible que no caduca. Un quejido que ha transgredido décadas para asegurarnos que sigue estando presente. Una estudiante que murió asfixiada, una estudiante cuyo agresor desapareció con la simpleza con que lo hacen los entes sin cuerpo, una mujer que se suma a un listado de seres carentes de vida a causa de un mismo mal: feminicidio. Un mal que, como otros, pareciera esparcirse como un virus y contagiar a otros, pero el medio de contagio es inexplicable, ¿Qué lleva a otros al crimen? ¿Cómo la vida nos ha orillado a llorar a nuestras muertas sin recibir cuentas saldadas? ¿Cuántos años le faltan a este calendario para ofuscar a la violencia?

Liliana murió, dejó a sus vivos petrificados. Pasó a otro plano dejando la estela de sus cartas, sus apuntes, sus poemas, sus canciones. Dejó en cada uno de sus vivos un poco de ella. Y nos sembró la incógnita del qué hubiera pasado si ella permaneciera. Ahora podemos leer esta historia, terrible y real, en una pequeña novela: una historia preciosa en lenguaje, y explosiva en su contenido. Podemos leerla y sentir como nuestro alrededor se va cayendo, y se va quemando. Podemos leer y esperar el punto final de entre todas sus letras. Sentir como las tipografías van cambiando de a poco, como las voces narradoras se conjuntan en la voz del recuerdo, abrazar la idea de ser mujer y sabernos con miedo, pero también, sabernos cansadas de tantas injusticias. Podemos leer “El invencible verano de Liliana” y sentirnos un poco más muertas, así como nos hace sentir los encabezados de los periódicos o las noticias de la radio. Y al mismo tiempo, podemos leer esta novela y sentir más rabia y fuerza que antes, tomar las calles y las paredes, hacernos valer. Hacer que el mundo reconozca nuestro peso, nuestro ahínco, hacer que el miedo se sienta un poquito más chiquito, y nuestro valor… cada día más grande. ¿Más café?

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