Fotógrafa: María Paola Garrido Barrera
Esa mujer plastificada e idealizada de los aparadores apenas se cubre, lleva un escote y una tanga roja que no la protege del frío en una ciudad indiferente. Sus ojos ya no son ojos pues se han quedado sin voz de tanto ser mirados, se han quedado flagelados de tanto fingir un deseo que no es el suyo, se han quedado secos por llorar una felicidad ajena.
La muñeca de aparador está cansada de esperar a su príncipe encantador. Sus labios pintados de carmín ya no son labios de tantos besos a medias, sus brazos enjutos ya no soportan la pesada carga del discurso fálico de los que construyen la historia.
Ese cuerpo que importa ya no es cuerpo de tanto ser tachado, de tanto ser orillado a ser algo que no quiere ser, a ser algo que no ha elegido ser. Ese cuerpo está asqueado de un color y un género impostado, prestado y recortado.
La muñeca de aparador no tiene un pene o una vagina porque ha sido mutilada desde su concepción; su materia no se crea o se destruye sólo se transforma en la voluntad de ser libre en un mundo con más ropa y con menos prejuicios.