Fotógrafo: María Paola Garrido Barrera
Había una vez un príncipe que caminaba entre pueblo y pueblo, para decirle a los enamorados que, si prestaban suficiente atención, podrían ver las gotas de fuego que caen del cielo cuando dos corazones son separados. Este príncipe sin reino ni corona le cantaba al amor porque consideraba que el querer, es una pretensión sólo para las almas frívolas, por eso en las noches oscuras le susurraba a su almohada historias tristes de cómo renuncian las aves a las estrellas o la hierba al hecho de convertirse un día en flor.
Había una vez un príncipe que fue volcán y paloma, payaso e incluso farolero. Lo llamaban Cyrano porque amó a muchas rosas con espinas ya que él siempre fue preso, ¡preso!, ¡preso del amor! Del amor a todas ellas, a esas a quienes quiso a rabiar desde el altar a la tumba. ¡Ojalá que te mueras! – le gritaron mientras le cerraban la puerta. Desesperado y sin fuerzas le dio un ataque de amnesia y se marchó un buen día en su nave del olvido directito a Tenampa.