Las personas se movían como seres plastificados en una película de Tim Burton. Elián se acercó por la calle Tomasa Estévez y pudo percibir el banco Banorte en la esquina como un gigante rojo. Solo lo separaba una calle del jardín constitución y antes de brincar observo a su izquierda el hotel el monte como una mole cristalizada.
¿Por qué las personas que caminaban junto a él en el jardín constitución, no se cuestionaban que un jorobado con un ojo tuerto avanzara entre la multitud?, se puso a reflexionar al alzar la mirada del suelo donde pululaban las palomas, alimentadas por los niños y los viejecitos sentados en las bancas bajo los árboles.
– ¿Quién era aquel maravilloso joven que tanto la amaba?- se preguntó Melisa sentada en la habitación de su cuarto, mientras contemplaba el cielo a través de su ventana. Todas sus amigas decían que estaba loca al amar a alguien que no conocía, pero sabía que era alguien muy especial por haber ganado su corazón a través de sus cartas.
Y tomo el sobre entre sus manos y metió una hoja con la respuesta, si aparecía aquella noche se casaría con él. Camino por las calles hasta llegar a la escultura donde había encontrado su primera carta. Él sabía que le gustaba acariciar aquel ser inerte y aprovecho esto para hacerle llegar su primera misiva. Y ahora no podía vivir sin él.
Todavía podía recordar la primera vez que había visto a su abuela después de muerta, como una anciana mendigando una caridad, pero solo mendigaba su cariño. Y ahora lo esperaba como un gavilán espera a su presa. Las campanas sonaron en la torre del templo del señor del hospital y retumbaron en todo salamanca, mientras las manecillas del reloj se movían lentamente.
Supo que el momento había llegado, he hizo una plegaria al cristo negro que se encontraba adentro. –Nadie puede luchar contra el tiempo y el olvido, nadie- se dijo Elián entre labios, y precisamente por eso había hecho el trato.
No podía creer lo que había pasado, ella pudo tocar nuevamente la piel de su nieto como cuando era un bebé. Al igual que muchos difuntos ella también podía regresar el dos de noviembre, cuando era atraída por los olores de las flores de cempasúchil y los recuerdos de los seres queridos. Como todos los noviembres observo aquellas luces que la llamaban como lenguas de fuego danzantes en la oscuridad, y abandono la pasividad de sus sueños placenteros por el rencuentro con los que amaba.
–Te amo abuela, nunca te olvidare- escucho la voz de Elián de niño, pero ya era un hombre desde hacía mucho tiempo.
Y vino a su mente muerta los recuerdos, de cómo se acercaba gateando hasta su mesa para recibir un poco de comida. Elián era tan bueno, que lastima que los humanos nunca apreciaran esta belleza cuando estaban vivos. Ella deseaba que su nieto fuera feliz, y una lagrima rodo por su mejilla, pues sabía que con su cuerpo jorobado esto difícilmente pasaría.
Muerte sonrió mientras se daba cuenta que temía al olvido tanto como Elián al estirar el brazo para que la sujetara –anda tómalo, si quieres volver a verla- dijo mientras lo trasportaba.
Ya no estaban más en el jardín constitución, sino que se movían por las calles como una niebla pestilente, igual a las nieblas que se forman con los vapores contaminantes de la refinería Ing. Antonio M. Amor, de niño Elián se imaginaba que sus torres donde resplandecían las llamas durante la noche eran portales al infierno, y no estaba tan equivocado.
Al llegar al rio Lerma la muerte observo los peces muertos que anunciaban la cercanía de una de las entradas a su reino. Podía escuchar los cantos de las aves muertas por los aceites y detergentes vertidos en las aguas del rio. Y sus cantos se elevaban como los vuelos de los pájaros marianos anunciando la cercanía del puerto a los marineros fatigados en su regreso a casa.
Y rememoro al niño jorobado que la veía cuando vino por su abuela Clara –no te la lleves- le había dicho con esa mirada donde resaltaba su ojo tuerto. Y por primera vez sintió compasión, y esta se le fue tejiendo entre los pliegues de su túnica negra.
–Si te la llevas al menos prométeme que me dejaras verla de vez en cuando, para no olvidar su rostro- dijo Elián –hare lo que sea que me pidas- agrego mientras la muerte se marchaba, con el alma de su abuela contenida en el costal bajo su túnica.
Y la muerte sonrió porque se sentía terriblemente sola, y contesto –estarías dispuesto a acompañarme en mi recolección de almas.
La abuela Clara no debía volver a ver Elián, y lo sabía. Porque sentía como se le escapaba un poco de su vida cuando la abrazaba. Estaban violando las reglas con la parca, y era un alto precio el que debería pagaría. Así que tomo valor para decírselo aquella noche, cuando la muerte viniera por ella para darle un poco de materia.
Elián observo el temor en el rostro de la muerte, mientras el cargaba uno de los costales de almas en su espalda. Y contemplo la fuente de su miedo en las orillas del rio Temascatio. Aquel ser los observaba con sus ojos vacíos y una sonrisa hueca y sin alma. Era la calabaza de Halloween que los contemplaba con ironía, mientras destruía las raíces de su pueblo.
– ¡Mira! esa es la comunidad del Cajón- dijo la muerte –junto a la de los Prietos, donde antes ponían sus altares para sus muertos. –Pero ya no- agrego con nostalgia mientras una lágrima brotaba de sus ojos muertos. Y extendió su mano huesuda para abrir la entrada a su reino bajo el lecho del río y las aguas putrefactas.
– ¿Por qué no se lo dijiste?- reclamo la abuela Clara a la parca, mientras veían los alfeñiques en uno de los puestos de Michoacán.
–No quiero decírselo- contesto la muerte –además cuando muera lo conservare como mi compañero- agrego mientras veía las canoas en la laguna.
– ¿Por qué?- pregunto la abuela con su cara y su sonrisa maternal.
–Porque me siento sola- dijo la muerte – y además temo ser olvidada- agrego mientras contemplaba la máscara de un demonio y una bruja que se habían colado a su celebración.
–No temas- dijo la abuela Clara –si lo dejas vivir y me haces un favor, te prometo que siempre habrá alguien en la tierra que te recuerde-, y así la muerte trasporto a la viejecita al jardín constitución después de darle un poco de materia por última vez.
La muerte había tardado más que la última vez en traer a su abuela Clara, y camino impaciente alrededor del quiosco del jardín, que se erguía como un soldado de metal en la oscuridad. – ¿Por qué?- le pregunto a la abuela, mientras le explicaba que no volvería a verla y abrazarla.
– ¿Acaso no sabes que temo que mueras para siempre en mis recuerdos?- agrego Elián soltando un sollozo desesperado.
–Mientras me recuerdes viviré por siempre en tu corazón- dijo la abuela, mientras se desvanecía en el aire de la noche depositando un último beso en su frente. Y en una hoja blanca que había tirada se plasmó su rostro, con la sonrisa de sus días más felices. Y recogió aquella hoja que atesoraría por siempre.
–Un trato, es un trato- dijo la muerte y extendió su mano sobre el rostro de Elián, y sintió como su cuerpo se enderezaba y de su cara desaparecían las deformidades. Ahora tendría una oportunidad con Melisa, la mujer que siempre había amado. Ya no estaría solo, por este un último regalo que su abuela y la muerte le había hecho.
–Disfruta tu regalo- dijo la muerte mientras se desvanecía en el aire sabiendo que en aquella familia nunca la olvidarían. Hay quienes dicen que aun roda las calles Tomasa y Juárez, otros que el jardín constitución. Buscando a quien ponerle la joroba y aquel rostro.
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Juan Rodríguez Prieto nació en salamanca, Gto. Un 2 de marzo de 1986. Le ha sido publicado por el periódico el país (el Salvador), El baile y Vita moderna (el 12 y 24 de febrero del 2014) y por el círculo de lectores y escritores de Salamanca, El romance del sepulturero (15 de mayo del 2014). Por la revista las reporteras, Procesos (11 de julio del 2016). Por la trinca del periódico A.m. express, Doña blanca (11 de noviembre del 2016) y Yo no lo hice (26 de enero del 2016). Por la revista latinoamericana Resonancias literarias N· 140. Ira, Idolatría, Remordimiento y Parto (24 de junio del 2017).