Eva llevaba tres días teniendo sueños eróticos con Max, había dejado de dormir la siesta en un intento de evitar estos episodios, porque cuando se despertaba se sentía muy cansada y con dolor en su sexo.
Eva siempre se había preguntado qué era lo más parecido a la realidad, si un sueño o una alucinación. Cuando bebía mucho, Eva tenía alucinaciones. A veces escuchaba música en espacios completamente silenciosos, otras veces sentía como las discotecas donde bailaba se volvían cada vez más pequeñas y en otras ocasiones era capaz de ver a la gente moverse muy lentamente mostrando comportamientos exagerados. Eva no contaba esto a nadie porque sabía que nadie con estas experiencias encajaba en ningún sitio. Era posible que a Max le pudiera contar todos sus secretos, quizá Max podría volverse su cómplice.
Era miércoles y el viernes iba a ir al bar a tomarse algo con su amiga, y así probar suerte a ver si lo veía, al menos tenía una nota en la que decía que él quería conocerla. Eva estaba intentando no hacerse ilusiones porque no conocía su horario y era posible que no estuviera, en ese caso podría venirse abajo rápidamente y tener que beber más de la cuenta para animarse asumiendo el riesgo de volver a tener alucinaciones.
Eva se preguntaba qué era lo que le gustaba de Max, ¿qué es lo que te gusta de una persona que no conoces? No se trataba de físico, era algo más violento, como una fuerza gravitatoria que la arrojaba demencialmente a él.
Max aunaba su virilidad en la mirada, era capaz de inmovilizar a Eva solo manteniendo sus pupilas negras en su cara. Parecía que lo controlaba todo, los tiempos, el ritmo, el deseo. Cuando él la miraba, ella deseaba que sus manos oscuras acariciaran sus ojos, que su lengua besara sus párpados, y sus brazos la ayudaran a imaginar que el mundo era una gran sábana blanca donde podían acostarse a deshacer uno a uno todos los deseos que ella se había inventado. Habría que esperar al viernes.