Ella y Max XI Por Mónica Menárguez Beneyte

 

Viernes por  la mañana, Eva se levanta y se toma un cola cao de un cartón de leche que estaba caducado en la nevera desde hacía tres semanas. Hasta que no tuviera diarrea no pensaba tirarlo. Hoy no tenía que ir a la galería y había decidido salir a dar una vuelta por el centro. Mientras caminaba decide dejar un mensaje a su amiga para asegurarse que se verán por la noche. Eva tenía ganas de drogarse, se sentía nerviosa, y se tocaba la cara continuamente. Mientras paseaba miraba al cielo buscando un lugar donde lanzar los nervios que crecían en su estómago. Paseaba sin mirar hacia ningún lado, ningún escaparate le distraía, ningún rostro le llamaba la atención, dos coches le pitaron por caminar por el centro de la carretera, pero Eva se sentía confusa, sentía la necesidad de emprender un viaje, uno de pasadizos que condujeran por lugares oscuros y dorados, donde el lenguaje no fuera verbal pero sí comprensible. En este viaje Eva se imaginaba sin cuerpo, su sangre la veía vapor y en vez de sentirse atada a la tierra se veía más cerca del mar. De camino a casa Eva entró a un supermercado y compró una pizza congelada de verdura y una coca cola. Una vez subió los 34 escalones que la llevaban a la puerta vieja y desconchada de su casa, sus manos temblaban tanto que no la dejaron abrir la cerradura, hay que decir que cuando Eva estaba nerviosa le temblaban las manos, sobre todo la derecha. Se sentó, de espaldas, apoyada en la puerta y comenzó a comerse la pizza congelada, y a beber la coca cola caliente. Las 9:00pm, Susana toca al timbre y se van al bar. Eva no se siente bien, mantiene la esperanza de verlo pero su estómago tiembla y no se siente segura de sí misma. Se ha recogido el pelo en una cola, porque su madre de pequeña le decía que así se veían mejor los ojos tan grandes que tenía. Lleva un vestido rojo pero en vez de sentirse atractiva se siente como una zorra. Susana y ella cruzan todas las calles que las llevan al bar y al final de la avenida Eva distingue a Max por su pelo, sonrió abiertamente y pensó ¡joder, menos mal!

 

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