Ella y Max XII por Mónica Menárguez Beneyte

El corazón de Eva volaba tanto como los volantes de su vestido rojo, se sentó en una de las sillas de aluminio que había fuera del bar y comenzó a sentir una legión de hormigas rojas picotear sus tripas. Esos insectos producían en Eva uno de esos dolores bellos parecidos a la droga. Deseó salir corriendo de allí cuando vio como Max se acercaba a su mesa.

Max era de talle impasible, como de hierro, sus pies clavados al suelo parecían insensibles al fuerte viento que había esa noche.

-¡Hola! ¿Qué tal? No le contesté, todo lo que pasaba por mi cabeza me resultaba ridículo y solo mantuve su mirada en sus oscuros ojos negros. Deseaba que no se marchara, pero no sabía cómo llenar el espacio de palabras ocurrentes o graciosas. ¿Qué queréis tomar?, nos dijo. Tomar, pensé, tomar no sé. Lo que quiero es acostarme contigo, y es en lo único en lo que pienso desde que te he conocido. Pero Eva nunca sería capaz de decir eso.

Un ron con coca-cola, contestó Eva, una cerveza, dijo Susana.

Para Eva, la única manera de estar cerca de él y mantener los nervios controlados era beber, y eso fue lo que hizo durante las dos horas que estuvo allí, beber dos copas y seis cervezas. Cuando fue a pagar se sintió tan atrevida que le preguntó cuándo terminaba su turno para irse juntos a dar una vuelta. Tres horas, le dijo desde la distancia y sin mirarla. Ella se despidió de Susana y con un desolador sentimiento de vergüenza se fue caminando a casa sola.

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