Ellos son los que osan, los que callan… Los que se proclaman así mismos hacedores de su propio destino. Los que buscan en las noches respuestas perdidas en los silencios del otro.
Ignoran la santa predestinación que los acecha, se dicen palabras secretas… palabras turbias y pecaminosas que más les valiera no oír a los denominados mortales.
El diablo se entiende con ellos y les dice de vez en cuando “¡Salten, Salten!” y ellos saltan y se arrojan bizarros al vacío de la existencia.
Juegan con tijeras en la oscuridad y así pretenden no tropezarse, pretenden no caer en eso que se contagia en nostalgia… Eternos neófitos del deber ser, se ponen huellas y marcas, se hacen Faustos y Margaritas, se hacen Otelos y Desdémonas, se hacen culpables y se encierran en barrotes que tejen de esperanzas y promesas.
Ellos son los que se mueren a diario, los que se burlan del pecado original, los que miran al cielo y bajan la cabeza con vehemencia, ellos no temen la mano recelosa del Anciano de los días, ellos no temen al fuego que se gesta en los avernos, ¡no!… Ellos se saben marcesibles y se jactan en su simpleza.
Ellos son y no son y en su dialéctica se hacen y se recrean en la imagen del otro, se hacen ausencia en un tiempo que les es prestado. Y así viven… y así aman, en continua fanfarria, en constante impaciencia por un mañana que se les escapa de las manos.