I
Vienes en las preguntas de esta noche
de las bancas de los lánguidos hospitales,
en mi boca caes con un lacónico rezo
y mis ojos quedan rígidos como concreto.
En la lluvia ácida que se lleva los cadáveres,
llegas desde los túneles, donde
las horas consumidas abren las tumbas
con una boca perfecta y herida en el suelo,
llegas acompañada del agitado mar
y el viento rompe su vientre en la luna.
II
Vienes en la memoria paseándote,
llenando los rincones con tu presencia invisible,
abres las vestiduras de los hombres
y sacas la temblorosa respiración del pecho
con un acelerado invierno sobre los cuerpos.
Y en aquella luna guardada entre panteones,
oculta en nuestra noche, avanzas, para ser
la plegaria de las mujeres de los enfermos.
Y en ti toda la sombra del paisaje se recoge,
reconoces las últimas tristezas del pasillo,
te apresuras en nuestra noche poco santa,
te llenas los bolsillos del aire de la memoria.
Vienes tocando la ceniza negra de la noche,
parecida a un canto retirado de un pájaro herido,
pretendes llevarte la sangre de las cosas
por la brecha desnuda del alma,
dejando al mundo triste, tan triste
de dudas y deseos imposibles.
Y en ti viene un perpetuo relámpago
que hiere y no da tregua a ninguna nube,
en un largo sollozar la tierra
escucha tus pasos con un desgarro
y unas últimas gotas de piano suenan
en el recuerdo sobre los cuerpos.