Ya empieza a volverse costumbre la pandemia por COVID-19 y parece, salvo que entre nuestros conocidos o familiares haya un fallecido, los número se han vuelto cada vez más irrelevantes, ajenos y despreciables, al fin ¿qué son 64, 158 muertos frente a 124 millones de habitantes?
El semáforo epidemiológico federal ya está en amarillo para 10 estados, 21 se conservan en naranja, mientras que Colima es el único en rojo; ¡y vaya inesperada coincidencia! Estamos a 15 días de los festejos patrios por otro aniversario de la Independencia.
Juicios a expresidente: la fantasía de muchos mexicanos, el flotador salvavidas del presidente de México; porque cuando se te hunde el barco y no quieres que los pasajeros se enteren, bueno, pues haces que la orquesta toque del otro lado. Sin embargo, para esta administración ya no bastan el espectáculo de Lozoya, ni de los videos filtrados, ni la captura del Marro, ni la rifa del avión, ni la promesa de la vacuna; este barco está haciendo agua por tantos lados que tal vez no llegue a 2021 y esa es la preocupación más grande del capitán, no los pobres náufragos que se ahogan.
Y, pido perdón por unas palabras tan personales, pero lo último que le importa a este gobierno (tristemente parece una constante en la historia mexicana) son los mexicanos. Los mexicanos que llevamos desde mayo tratando de sobrevivir a medio sueldo -si aún somos afortunados de tener un trabajo-, los mexicanos desplazados por la violencia e inseguridad de que somos víctimas todos los días, los mexicanos que vemos como los precios de la canasta básica lo único que hacen es subir, los mexicanos que tratamos desesperados seguir aprendiendo porque queremos un apéndice de oportunidad, los mexicanos que esperamos encontrar un ventilador en el siguiente hospital público, los mexicanos que a pesar de las circunstancias de comorbilidad debemos seguir trabajando, los mexicanos que no tenemos oportunidades laborales en un país en recesión…nosotros somos lo menos importante para el gobierno.
En este pasado mes, me he encontrado a diestra y siniestra con letreros que acongojan, cuyas palabras suelen incluir “se trabaja de lo que sea” o “trabajo por el mínimo sueldo” e incluso “trabajo por comida” ¿a qué punto hemos llegado que el presidente puede afirmar “vamos bien”, mientras el pueblo sufre de esta manera? ¿qué cinismo, qué indiferencia, qué inhumanidad se requiere para salir todos los días al púlpito presidencial y con esa sonrisilla de campaña tan detestable decir “ya estamos saliendo”?
Seré franca, al escribir esta columna me rondan las palabras, pero de pocas puedo hacer sentido. Hay tantas emociones acumuladas en mí que quisiera colarme a una mañanera, cuestionar a López Obrador y no soltar el micrófono hasta que responda de manera directa sin ninguna de sus evasivas que sólo me hierven la sangre porque, aparte de querer dar atole con el dedo, nos quiere ver la cara de idiotas. Quisiera poder recamarle al doctoro López-Gatell sobre si no le pesa en su ética profesional poner en riesgo a tantos mexicanos sólo para darle gusto a su jefe. Quisiera sentir que puedo quedarme en mi país y no la necesidad de buscar oportunidades en el extranjero porque aquí no hay mucho trabajo. Quisiera poder esperar algo de nuestro gobierno.
Estamos atrapados entre las patas de los caballos y tenemos que encontrar soluciones como sociedad porque para esos jinetes no somos más que números en una elección.