Fin de un Cervantino: el desconcierto por Joan Carel

Cortesía FIC

Este fue un Cervantino de silencios y conjeturas. Aunque la agenda estuvo llena casi a diario de eventos para todas las edades y los gustos, algo faltó en la esencia del festival: el calor y la euforia en las calles de esta ciudad pequeñita.

Al tomar el cargo en 2019, Mariana Aymerich, directora del Festival Internacional Cervantino (FIC), dejó en claro su deseo por dar mayor protagonismo a los eventos como tal y forjar, de a poco, una nueva cultura en cuanto a las audiencias. Al concluir las jornadas artísticas, enfatizó con orgullo: “Lo que presenciamos este año es el nuevo Cervantino, el festival que queremos y que continuaremos realizando”, refiriendo el aumento en los eventos de calle, la variedad de las propuestas, la inclusión de la comunidad en talleres y exposiciones, el circuito que recorre el país, la colaboración con bastantes instituciones en numerosos estados y municipios y, de forma implícita, también el orden en las vialidades y cuestiones de logística en los accesos. En cuanto a los dos días que se restaron, comentó que la medida se tomó con el afán de aumentar la asistencia foránea al coincidir la inauguración con el fin de semana y no a temas de presupuesto, como se especulaba entre pasillos. 

Sin embargo, dicho por la voz y la experiencia popular de los comerciantes, hoteleros, residentes y visitantes asiduos del festival, “ni pareció Cervantino”, pues se esperaba más movimiento y turismo confirmado ya para la semana siguiente debido a las celebraciones del Día de muertos —invento de la alcaldía actual—. La razón muy probablemente fue la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública y el cuidado de la policía que, por momentos, se sintió como hostigamiento, aun cuando los elementos de seguridad se presentaran de manera afable dando la bienvenida a los transeúntes. Otro posible factor podría ser la escasez de recursos económicos, o cuidado de los mismos, por la mayor parte de la población conforme se acerca el fin de año con el que dará comienzo al último del gobierno de la 4T.

Para quien vive el festival desde dentro, esta fue una edición significativa y diversa, llena de descubrimientos y sorpresas, como tantos cantantes jóvenes, al igual que propuestas actuales en lenguas indígenas. Es innegable que el FIC representa una oportunidad extraordinaria para conocer a artistas lejanos y sus propuestas vigentes y novedosas, como ocurrió con Mummenschanz, de Suiza, o Jo Strømgren Kompani, de Noruega, entre otras bondades, pero sigue notándose una marca de elitismo, sea o no involuntaria.
Es verdad que aumentó la oferta de los eventos con acceso libre, mas la difusión no fue suficiente ni conforme a las necesidades del público local. Debe reconocerse la mejora en cuanto a la expedición de boletos digitales, incluyendo el registro gratuito para la explanada de la Alhóndiga, y la actividad constante en redes sociales; pero para los de aquí, corazón fundador de la fiesta, hacen falta las viejas tradiciones de los más de cincuenta años del festival: el cartel en la parada de los autobuses, la autorización para ver desde lejos el escenario, el descuento anunciado con claridad en las entradas para los residentes, las cortesías para ingresar a los teatros, la promoción del evento del día en la televisión local o en el radio. Quizá la gente de esta tierra no compra una entrada de casi cuatrocientos pesos para ver una obra, porque no tiene dinero o porque le parece ajena, pero sí le interesa saber y, cuando le llama la atención, participa, se acerca, se emociona, invita a los otros.

Si se habla del público “culto”, éste opina que hace falta teatro, lo cual se pide desde hace décadas, mucho teatro. El argumento para justificar la carencia fue el tiempo que requiere el montaje en foro de cada puesta en escena, pero bien podría ser reclamo de los artistas locales, buscadores incansables de espacios que acojan sus propuestas, que  por lo menos se les abra la calle, como lo habría hecho el fundador, Enrique Ruelas, esas plazas destinadas ahora para la venta de comida rápida e insalubre que en otros tiempos albergaron la magia.

En cuanto a los eventos de los artistas universitarios, exceptuando al Ballet Folclórico de la Universidad de Guanajuato (Bafug), la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) y las tantas actividades académicas que se desarrollan entre intelectuales, siguen siendo pocos y en ocasiones vistos como de clase menor, según la difusión que reciben y el trato, tal vez por estar incluida su participación como un requisito para cumplir los convenios de colaboración económica entre las instancias involucradas (65 millones de pesos por el Gobierno de México, 57 millones por el estado de Guanajuato, 36 millones por el municipio sede, 3 millones netos y 10 millones brutos por la Universidad de Guanajuato, 20 millones por los Estados Unidos, 22 millones por Sonora, 10 millones por las embajadas de los países participantes y 15 millones por los patrocinadores; cabe mencionar que 36 de esos millones se destinaron para la adecuación de la Casa Emma Godoy, nuevo centro de investigaciones y archivo del FIC inaugurado el primer día de labores). Cosa curiosa: a causa de la lluvia, los icónicos Entremeses cervantinos fueron cancelados.

Sin duda, lo mejor de esta edición fue la imponente presencia de Sonora, tanto en eventos artísticos, donde destacó la danza en los foros cerrados y las muestras de folclor en las calles, como en los espacios asignados para la difusión de su cultura. En la Casa Sonora participaron diez etnias, se pudo degustar la deliciosa carne sonorense, además de la muestra gastronómica en su pabellón instalado en la Plaza del Baratillo, y se apreciaron todos los días espectáculos al interior de la casa y en el escenario erigido en la Plaza San Fernando. La misma directora del Instituto Sonorense de Cultura, Beatriz Aldaco, señaló que, para los artistas, esta oportunidad había sido inimaginable. 

Por su parte, Estados Unidos se enfocó en extender la invitación a la juventud para aplicar en alguno de sus programas educativos, con miras a duplicar la matrícula mexicana en sus universidades, y a impartir clases sobre sus deportes representativos. Sobre su presencia artística, ésta no resultó tan notoria ni impactante, aun contando con artistas prestigiosos; pero sí sobresalieron y asombraron propuestas biculturales o multiculturales donde las raíces latinoamericanas fungen como soporte, tales son los casos de La Santa Cecilia, La Mezcla y el Ballet Hispánico.

Arturo O’Farril, junto con The Afro Latin Jazz Orchestra, fue seleccionado para clausurar el festival. Este compositor es conocido, además de su talento musical, por expresar su postura sobre cuestiones políticas y problemas sociales dentro de su arte, por ejemplo, la migración. Por ello, el Colectivo Conga Patria Son Jarocho, con quien colaboró en el proyecto Fandango at the Wall, mismo que ha sido premiado con el Grammy Latino y cuyo largometraje se encuentra disponible en HBO, fue invitado a compartir la escena. En el concierto, se rindió homenaje a su padre, el también compositor y arreglista vinculado de manera importante con México durante su travesía migrante, el cubano Chico O’Farril, de quien se interpretaron varias piezas, como la Suite cubana, y para quien su hijo compuso la Suite afrolatina. También se expresó una enorme alegría y gratitud por vivir esa presentación, evidente en su ejecución y semblante sin necesidad de palabras.

Entre bromas, como una sobre la influencia del tequila y “La cucaracha” en una sesión de composición, un gracioso accidente con las partituras, muchos sones, versos rebeldes y la algarabía tan característica de la mayoría de los músicos latinoamericanos que conforman la orquesta, el público, dentro y fuera de la explanada de la Alhóndiga —porque esta vez no se bloqueó el perímetro, quizá porque no había ningún embajador ni funcionario importante—, disfrutó y bailó, especialmente cuando uno de los congueros tomó el micrófono para interpretar “La negra Tomasa” y varias salsas mientras dirigía un baile colectivo, hasta que, a las diez en punto, sin importar el gozo evidente en la audiencia y, sobre todo, en los artistas decididos a continuar por mucho más tiempo, se cerró el sonido y comenzaron los fuegos pirotécnicos para acompañar un video insignificante a comparación del jazz afrolatino. En la transmisión que ha quedado grabada en las redes oficiales se puede apreciar la confusión en los rostros de los músicos, quienes parecían tener la esperanza de continuar después de las luces, cosa que no ocurrió y, sin florecitas de reconocimiento, aplausos del público ni agradecimientos, uno a uno todos salieron de la escena y del recinto indignados, resignados, desconcertados, llenos de preguntas y suposiciones, tal como en toda esta edición.

Cortesía FIC

Arturo O’Farril and The Afro Latin Jazz Orchestra y el Colectivo Conga Patria Son Jarocho
29 de octubre de 2023
Explanada de la Alhóndiga

Fotografías: Leopoldo Smith y Gabriel Morales (cortesía FIC)

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