Toda persona que haya visto los Caballeros del Zodiaco sabe, identifica o ha escuchado hablar de Afrodita de Piscis. Ese personaje sorprendió a más de un niño y adolecente la primera vez que fue mostrado en la historia. El porqué recae en un hecho simple: el caballero mostraba fuertes rasgos femeninos, lo cual, dentro de una serie donde normalmente aparecían personajes con remarcados rasgos masculinos, resultaba atípico y, por supuesto, extraño.
Observar que un hombre polariza su actitud, rasgos, forma de ser o vestimenta hacia lo que, por convención social, denominamos femenino, sigue siendo un problema en la actualidad. Cada que pienso en este problema no puedo evitar traer a Afrodita a mi mente.
Debo admitir que, cuando era un niño y miré a ese caballero por primera vez, fui otro participante en el extrañamiento y la repulsión, incluso, con el paso de los años, seguía refiriéndome a él con un tono sarcástico y burlesco; como un ejemplo de lo que es motivo de risa en un varón, ya que comportarse como una chica, llegué a pensar, era una cuestión impensable que debía ser ridiculizada.
Cuando decidí aceptarme como homosexual mi mente comenzó a cambiar en muchos aspectos. Uno de ellos fue mi percepción acerca de la gente que solemos denominar “afeminada”. Es increíble el odio y repudio que, incluso en el ambiente de la diversidad, se proyecta hacia esta clase de personas.
Esa cuestión que, aun hoy en día, me sigue sorprendiendo y dando lástima, fue uno de los factores que confrontó a mi mentalidad y la fue transformando lentamente. Pero, al mismo tiempo, me reveló algo que nunca había terminado de entender: hay un fuerte odio, aunque a veces sea implícito, a lo femenino. Y no sólo en el ambiente gay, sino también en muchas otras esferas y grupos de nuestras sociedades.
Lo femenino sigue teniendo una carga negativa, y ésta deriva, incluso, en cargas de burla e inferioridad. A un hombre gay que muestre estos rasgos, a otro Afrodita más, por decirlo de algún modo, se le adjudican esas diversas valoraciones. Pasa de ser una persona que merece respeto -así como cualquier otra- a convertirse en un sujeto que, por su esencia y características, debe ser tratado como un ser repudiable y risible.
Si pensamos en películas, series o caricaturas -como los Caballeros del Zodiaco- que fueron hechas en la etapa de los ochentas, noventas o al principio del año 2000, podemos observar que los personajes homosexuales son normalmente tipificados bajo el estereotipo del afeminamiento.
Por ende, los vemos casi siempre en cuestiones de comedia y cumpliendo un rol cuya finalidad es conllevar a la risa. Uno pensaría que esta clase de discursos se quedan en un simple e inofensivo momento de diversión, sin embargo, no solemos darnos cuenta de que tienen un fuerte efecto en el entorno social.
Hay un estereotipo muy marcado sobre los homosexuales: que deben ser graciosos, que sus actitudes y forma de ser siempre se deben inclinar por un tono lúdico y chistoso. Mucha gente, incluso, piensa que no puede tomar en serio a personas con esta orientación sexual, debido a su falta de seriedad ante la vida.
Dicho problema podría parecer que sólo es profesado por la gente que no es homosexual, pero la realidad es que, incluso dentro de lo que denominamos el ambiente de la diversidad, aún hay un fuerte repudio hacia todo aquel que muestre tendencias femeninas.
Esto último siempre me ha resultado una paradoja muy cruel. Al principio, cuando empecé a militar dentro de la defensa de los gays y su lucha, pensé que me encontraría con más aceptación y que la discriminación, al pertenecer todos al mismo bando, sería cosa del pasado.
Sin embargo, la triste sorpresa que me golpeó de frente, fue percatarme de que el virus del machismo está infiltrado incluso dentro del ambiente de la diversidad. Con tan sólo unos días conectado a Grindr pude ser testigo de la discriminación que, sobre todo, es dirigida hacia los chicos que, en palabras de algunos usuarios de esa aplicación, son niñas y señoritas que no deberían estar en ese medio.
Creo que una cosa es que no te guste alguien por ciertas características que tiene, y otra muy distinta es que propines un discurso de odio y denigración por esos atributos.
Grindr es un espacio perfecto para ver el reflejo del machismo y su incrustación ya no sólo en el medio heterosexual, sino también en otros estratos como el homosexual y el resto de identidades que conforman el discurso sobre la inclusión y la diversidad.
En mi experiencia personal como un gay que asume más el rol pasivo, me he topado con ese discurso de discriminación, pero, curiosamente, lo he experimentado de otra forma. Para los gays activos, que un chico tenga vello, barba cerrada y falta de una actitud femenina, es un indicador de que no puede ser pasivo.
En sí, es un caso inverso a lo que hablé en párrafos anteriores, pero sigue bajo la misma línea que constata el influjo machista en la convivencia entre hombres homosexuales.
En mis vivencias me he encontrado con diversas críticas: que un pasivo no puede ser más masculino, que no debería tener vello en el cuerpo, que debería actuar más suave, que por qué no soy activo si tengo todos los rasgos físicos y de actitud que suelen tener, etcétera.
Todo eso me ha llevado a entender que no hay forma de satisfacer a esos gays que, primero, menosprecian la actitud femenina y que, después, cuando se encuentran a un hombre más masculino, pero es pasivo, vuelven a repudiarlo, pero ahora por su falta de “feminidad”.
El problema real aquí, para mi gusto, es la falta de en verdad entender el sentido de la diversidad, llegar a la comprensión de que existen muchos casos y formas en qué ésta se expresa.
Afrodita, que para muchos aún es cuestión de risa y escarnio, hoy es para mí un símbolo de orgullo, un recordatorio de que la diferencia existe y que debe imponerse ante los estatutos machistas que aún dirigen muchos aspectos de nuestros discursos y prácticas sociales.
Esos gays machistas que aún hablan con odio hacia los que “no son tan machos como ellos” deberían recordar que, al final, son otro homosexual que quiere coger, que le gustan los hombres, y que no porque sólo penetren -porque en su mayoría estos disque machos son activos- no pueden ser nombrados como gays.
El orgullo, para mi gusto, no es sentirse machos y enorgullecerse por no actuar femeninos. Más bien es darse cuenta de que las posibilidades dentro de la sexualidad humana son muchas y que debemos aprender a respetarlas y, por ende, no ofenderlas.
Seguimos siendo un intensificador del discurso del odio y debemos erradicarlo. Debemos concientizar más sobre el hecho de que una cosa es que algo no nos guste y otra atentar contra ella.
Pero, sobre todo, debemos denunciar y visibilizar ese machismo que nos mantiene en una guerra civil entre los gays y dar un nuevo sentido a nuestra relación y nuestro lazo con el resto de las orientaciones sexuales.
Al final, queridos activos machistas pelo en pecho verga lechosa, sin culo no serían nada, a él le deben respeto y muchas flores, y pues claro, nosotros también a sus vergas, pero que, sobre todo, aflore el respeto, es lo que más flores se debe llevar.