Fotografía: María Paola Garrido Barrera (paogarriido)
-No tengo una fruta favorita- me dijo.
-¿Cómo es posible que la dueña de una frutería no tenga una fruta favorita?- repliqué
-La fruta no es el problema, no es tan simple como escoger entre blanco y negro. -continuó diciendo- Cualquier fruta en su punto es la adecuada en algún momento. A veces me levanto los martes y sólo a veces pareciera como si las manzanas, aquellos frutos paradisiacos, estuvieran esperando una respuesta, y yo, al no saber que decirles, les doy un beso mordelón para poder consolarlas. Sólo a veces me levanto los jueves entre naranjas que deseosas de aventura, navegan en mi boca como piratas en aguas misteriosas…
-A veces, sólo a veces me gustaría entenderte… – le dije mientras me despedía.
Sin algo más que agregar a la conversación me fui meditabundo, cuestionándome una y mil veces sobre algo que no alcanzaba a comprender. Cómo puede ser que esa mujer no tenga nada favorito, cómo puede alguien pretender no tener constantes en la vida y estar tan tranquilo. Al parecer había encontrado a mi propia María Luisa, había descubierto a una voladora, a una mujer etérea que, sin saberlo, me había elevado del estatismo Parmenídeo en el que me encontraba a la revelación Hegeliana que se me presentaba como el itinerario del Espíritu Absoluto. Así es señoras y señores, el ser se me presentaba como un proceso de cambio permanente, como un devenir que, al parecer, tenía sabor a mandarina por la tarde, a melocotón por la mañana y a carambola por la noche… Nunca una fruta fue tan expresiva, nunca una compañía me supo tanto a temporada.